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RUSIA Moscú y San Petersburgo - 9 dias

Dia 1. Vuelo Madrid-Moscú.

Día 2. Moscú. Mercado de Izmailovo. Convento de Novodevichi.

Día 3. Moscú. Kremlin y Plaza de las Catedrales. Plaza Roja. Catedral de San Basilio.

Día 4. Moscú. Kolomenskoye. Monasterio Donskoy. Museo de la Cosmonáutica.

Día 5. Moscú. Catedral de Cristo Salvador. Museo 1812. Compras. Tren nocturno a San Petersburgo.

Día 6. San Petersburgo. Museo Hermitage. Zona norte de Nevskiy Prospekt. Catedral de la Sangre Derramada.

Día 7. San Petersburgo. Al otro lado del río Neva. Fortaleza San Pedro y Pablo.

Día 8. San Petersburgo. Palacio de Catalina en Pushkin. Iglesia de Chesma.

Día 9. Entre los canales al sur de Nevskiy Prospekt. Vuelo San Petersburgo-Madrid.

No perderse:

  • Moscú. Plaza Roja y Kremlin impresionantes. Multitud de edificios históricos (palacios, monasterios, iglesias) repartidos por toda la ciudad. A esto hay que sumar un evidente gusto por la modernidad, el cuidado del turismo, los buenos restaurantes y los centros comerciales. Moscú ya no está anclado al pasado, sino que mira firme a un futuro abierto de oportunidades.

  • Tren Flecha Roja. Todo buen viajero ha de probar alguna vez un viaje nocturno en tren. Y éste es probablemente de los más cuidados, históricos, elegantes y cómodos del mundo.

  • San Petersburgo. Ciudad sin el pasado medieval de Moscú pero con gran cantidad de alicientes culturales e históricos (Museo del Hermitage, Fortaleza Pedro y Pablo, palacios de Peterhof y Catalina, etc.) y con el encanto de estar rodeada de canales que la atraviesan y llegan al mar.

 

Medios de transporte:

  • Metro. El método más barato y rápido para desplazarte a casi cualquier sitio de Moscú. En San Petersburgo apenas es necesario pues todo se puede hacer a pie.

  • Autobús. La opción más barata para poder visitar los palacios de Catalina o Peterhof en las afueras de San Petersburgo.

  • Tren nocturno. La magia, el lujo, la comodidad y la belleza del Flecha Roja, similar al Transiberiano. La forma perfecta para viajar de una a otra ciudad.

Dia 1. Vuelo Madrid-Moscú.

Nuestro vuelo Madrid-Moscú aterrizó puntual en el aeropuerto de Domodédovo de Moscú sobre las 16:00h, tras unas 5 horas de vuelo con escala de 1 hora en Munich. 

La primera pregunta que siempre surge es: ¿cómo ir hasta nuestro hotel? En el caso de este aeropuerto, se encuentra situado a más de 30km al sur de la ciudad, y no existe transporte público directo, sino que tienes que coger un autobús o tren hasta una estación de metro y, una vez allí, tomar el metro hasta la parada más cercana al hotel. Todo ello supone al menos 90 minutos (a muy poco precio, es cierto, el billete de metro son 0,40€ aprox.), a lo que hay que añadir ir cargado con las maletas todo el trayecto, que aún estás con la cabeza adaptándote al nuevo país y que hay saber muy claramente el bus y metro que tenemos que coger. En este punto recordamos que todo está en perfecto ruso, en el que los caracteres usados no son los latinos, sino los cirílicos, lo que añade algo más de complejidad al asunto.

 

Por todo ello, en esta ocasión, elegimos la opción más rápida y sencilla: el taxi. Al igual que en otros aeropuertos, nada más salir a la calle hay hordas de taxistas que se acercan a ofrecerte sus servicios, lo cual puede ser agobiante, además de no sentirte muy seguro cogiendo según qué taxista. Por ello recomiendo reservar previamente por internet el trayecto en taxi desde el aeropuerto hasta tu hotel. Hay varias empresas que ofrecen este servicio, entre ellas www.kiwitaxi.es , que es la que elegimos nosotros. Por 23€ un taxista nos esperó con un cartel con nuestro nombre a la salida de la recogida de maletas y nos llevó directos a nuestro hotel, sin necesidad de pagarle nada (ya estaba pagado previamente). Y eso que no entendía ni una palabra de inglés ni de español.

Llegamos al hotel, ubicado a unos 15 minutos andando de la plaza Roja, al norte de la estación de Kuznetsky Most, en un barrio tranquilo con bonitos edificios y muchos restaurantes en los alrededores, sobre todo entre las calles Petrovka y Dimitrovka y las calles perpendiculares. Dejamos las cosas, descansamos unos minutos, vimos que todo en el hotel parecía en su sitio según las fotos que habíamos visto, y al poco nos dispusimos a dar nuestra primera vuelta nocturna por Moscú.

 

Al tema del frío no hay que tenerle miedo. Hace mucho frío, cierto, pero se puede remediar llevando buena ropa de abrigo: mallas y camisetas térmicas interiores, un jersey gordo y una cazadora o abrigo que te proteja la máxima cantidad de cuerpo (que llegue por debajo de la cintura). Obligatorio siempre unos buenos guantes así como uno o dos gorros que te protejan cuello y orejas. También importante llevar un calzado con pelo y que te proteja los tobillos. Y para los más frioleros, algo de ropa extra en una mochila (un plumas comprimido pej).

El frío español es muy distinto al ruso, os lo puedo asegurar, pero se puede sobrevivir si el frío no es demasiado extremo (temperaturas menores a -20º). Con estas reglas básicas para asegurar el calor corporal aguantamos todos los días, teniendo mínimas de -15º en San Petersburgo y máximas de 3-4º en Moscú.

 

Como decía, el primer paseo por Moscú nos llevó, como no podía ser de otro modo, al corazón de la ciudad, es decir, a la Plaza Roja. Y nada más llegar a ella, comenzó a caer una finísima nieve. Auténtico a más no poder.

La primera vez que entras en la plaza impresiona, tanto por su tamaño como por la cantidad de monumentos bonitos que la rodean (la catedral de San Basilio, el Kremlin, las galerías GUM, la catedral de Kazan y el museo Estatal). Tras echar un rato por la plaza, el paseo de vuelta nos llevó por la preciosa calle Nikolskaya, las cercanías del hotel Metropol, el teatro Bolshoi y las zonas peatonales entre las calles Petrovka y Rozhdestvenka, llenas de restaurantes y tiendas de moda caras. En uno de ellos cenamos y fue todo un éxito. Y barato (15€/pax).

La primera impresión fue mejor que buena, aunque los siguientes días descubriríamos los detalles.

Día 2. Moscú. Mercado de Izmailovo. Convento de Novodevichi. Calle Arbat.

El mercado de Izmailovo está al este de Moscú, en el barrio de Izmailovo, a unos 30 min en metro del centro. Para llegar la mejor parada es Partizanskaya (línea 3-azul) y caminar unos 5 minutos hasta la entrada del recinto. De esta forma se llega por la entrada principal, desde donde se obtiene una visión preciosa de todo el conjunto.

El mercado es en realidad el Kremlin de Izmailovo. La palabra Kremlin significa algo así como ‘recinto amurallado’, y es una especie de ciudad dentro de la muralla.

Aunque está abierto todos los días, el mejor día de la semana es el domingo, momento en el que hay más puestos, se exponen más productos y hay más ambiente en sus calles. La entrada es gratuita.  Recomendado llegar a partir de las 11:00, pues si llegas antes algunos puestos todavía no están montados y hay poca gente.

A diferencia del kremlin de Moscú, donde destaca la sobriedad y el color rojo de sus muros, el kremlin de Izmailovo destaca por los llamativos colores de los edificios interiores y el color blanco de sus murallas exteriores.

El mercado en sí mismo se encuentra dentro del kremlin, distribuido por distintas callejuelas, plazoletas y parques.

En él puedes encontrar casi de todo: piezas de arte, cosas de segunda mano, objetos antiguos, artículos de la guerra fría, ropa y calzado y últimamente, debido al incremento del turismo, cada vez más souvenirs. Aquí se pueden encontrar cosas tan variopintas como una antigua cámara de los años 30, la piel de un oso para utilizar como alfombra, juguetes usados antiguos, granadas de la II guerra mundial, botas rusas de piel, cuadros de algún artista local, todo tipo de matrioskas o merchandising de la conquista del espacio.

Es bastante interesante curiosear los artículos expuestos, pues se pueden encontrar verdaderas joyas que, para nuestro mundo occidental, son bastante sorprendentes y difíciles de ver. Te das cuenta de lo condicionados que estamos ante situaciones como la guerra fría, donde siempre hemos adoptado la visión ‘buena’ americana frente a la supuesta ‘mala’ rusa. Y no siempre es así.

Por si el mercado fuera poco, existe otra zona dentro del kremlin que merece muchísimo la pena: la plaza principal y sus edificios aledaños. En esta zona se encuentran una serie de curiosos y pequeños museos, algunos restaurantes, varios puestos de comida callejera, alguna tienda y hasta un Spa.

El conjunto de edificios que rodean la plaza y la iglesia ortodoxa son preciosos.

 

Tras dedicar toda la mañana a Izmailovo, que nos encantó, comimos en uno de los restaurantes de la zona y nos fuimos directos a visitar el famoso convento de Novodevichi, ubicado al suroeste de la ciudad.

La parada de metro más cercana es Sportivnaya (línea 1-roja), y es necesario caminar unos 10 minutos hasta llegar a la entrada, identificable por una puerta inmensa con 2 torres a cada lado, y rodeado de una inmensa muralla de unos 10 metros de alto de color blanco rodeando todo el complejo del convento. Tras pagar la entrada, se pueden visitar una serie de edificios y exposiciones en el interior, sin demasiado interés bajo nuestro punto de vista.

Lo que realmente nos gustó fue pasear por el interior del recinto y contemplar las maravillosas y coquetas iglesias con sus cúpulas doradas y muros blancos, o algunas de las torres de la muralla. El ambiente nevado, el silencio y algunos cuervos graznando le dieron un toque místico y especial al paseo.

Si se dispone de tiempo para tomar la foto típica del convento junto al lago, se ha de salir del recinto y caminar hasta el otro lado del pequeño lago anexo.  En días claros, la foto es espectacular.

Respecto al cementerio, está pegado a un lado del convento, pero se ha de salir fuera de éste para poder acceder. La entrada es gratuita. Se trata de un cementerio abarrotado de lápidas, esquelas y nichos funerarios.

Es conocido porque en él se encuentran algunos personajes rusos famosos y porque muchas de sus lápidas son auténticas obras de arte, desde bustos hasta esculturas de tamaño natural de todo tipo. Respecto a si merece o no la pena, creo que es cuestión de gustos.

A mí me gustó ya que me pareció algo distinto y que no había visto nunca en ningún otro sitio. Y la nieve y el silencio, al igual que en el convento, le dan un toque especial.

El siguiente destino fue la comercial calle Arbat. Para llegar a ella hay que bajarse en la estación de metro Smolenskaya (línea 3-azul), justo al comienzo de la misma. Es una calle llena de tiendas, restaurantes y algún que otro lugar turístico como la casa de Pushkin o el monumento Bulat Okujava. Lo recomendable es pasear tranquilamente, tomarse un café y disfrutar del ambiente comercial moscovita.

 

Para cenar decidimos ir por el barrio cercano a nuestro hotel, donde cenamos en un restaurante ruso con buena pinta. Cenamos bastante bien de nuevo, y disfrutamos de unas cervezas en un local animado con algo de música, donde la gente pasaba el rato fumando cachimbas de sabores.

El ambiente la verdad es que era bastante sano y nos dio muy buen rollo.

Día 3. Moscú. Kremlin y Plaza de las Catedrales. Plaza Roja. Catedral de San Basilio.

El día de hoy lo dedicamos por entero al famoso Kremlin y la plaza roja, sin duda lo más conocido de la ciudad.

Es necesario reservar con antelación (varias semanas al menos) la visita tanto al Kremlin como al museo de la Armería, indicando un día y hora concretos, a ser posible el mismo día y así lo ves todo junto.

El Kremlin es un conjunto amurallado enorme donde se ubican multitud de edificios gubernamentales, militares y residenciales no visitables, pues entre otras cosas es la residencia de Vladimir Putin, el presidente ruso.

Pero también hay otra serie de edificios visitables, de ahí que se pague entrada.

Entramos al recinto por la puerta principal, ubicada en los jardines de Aleksandrovsky, y nos fuimos directos al palacio museo de la Armería (Armoury Chamber), para lo cual hay que dar una vuelta a unos cuantos edificios.

Este museo, visitable en 1 o 2 horas, trata la historia de toda la monarquía rusa a través de multitud de objetos reales, tales como coronas, tronos, joyas, armas, armaduras, carruajes o vestidos. Dispone de una de las mayores colecciones del mundo de huevos Fabergé, así como la segunda mayor colección de diamantes del mundo, ésta visitable en otro museo con precio aparte.

Es alucinante la cantidad de objetos de oro, plata y otros materiales preciosos de todas las dinastías zaristas de la historia rusa. No se ve tantísimo lujo en casi ningún otro sitio del mundo.

 

Tras salir sorprendidos del museo de la Armería, nos fuimos a otro punto fuerte del Kremlin: su famosa plaza de las Catedrales. Lo curioso es que se llama así porque realmente existen 3 catedrales en el mismo lugar, además de otras cuantas iglesias no menos sorprendentes y dignas de ver.

Catedral de la Asunción, Catedral de la Anunciación y Catedral del Arcángel son los nombres de las catedrales, todas de un estilo similar, blancas por fuera, de líneas compactas y con torres altas acabadas en cúpulas doradas ortodoxas. Y por dentro, espectaculares. Ornamentadas al máximo, no hay muro, columna o techo sin pintar o decorar, con colores muy llamativos y llenas de detalles por todos lados. Antiguas. Y preciosas.

Las 3 o 4 iglesias ubicadas en la misma plaza no desentonan en absoluto.

Aunque los interiores no son tan bonitos como las 3 catedrales, su exterior aporta una extraña armonía religiosa a toda la plaza y el entorno.

Justo al salir de la plaza, y tras hacer decenas de fotos de todos los ángulos y detalles, queda por ver otros 2 objetos muy característicos de la ciudad: El inmenso Cañón del Zar, del siglo XVI y un peso de unas 40 toneladas, y la no menos enorme Campana del Zar, ésta del siglo XVIII y con más de 200 toneladas. Ambos, los más grandes del mundo. Con estos tamaños es normal pensar que a los rusos les encanta tener los objetos ‘más grandes’ o los ‘más lujosos’ o los más ‘lo que sea’ del mundo.

Y este pensamiento no es algo casual, sino algo cultural ruso desde hace varios siglos, y que hoy día aún perdura, más si cabe desde el período de guerra fría con EEUU y la carrera espacial.

Esto es todo lo visitable por dentro en el Kremlin, aunque también merece la pena, y mucho, el recinto amurallado que lo rodea, de color rojo y multitud de torres fortificadas cada pocos metros.

Aunque esta parte es mejor verla desde fuera, sobre todo desde la plaza roja y los jardines de Aleksandrovsky, así como al otro lado del río Moskva, ya sea en la calle Soflyskaya ó desde el puente del Kremlin.

Al estar un poco lejos del centro, esto lo dejamos para otro día.

Tras dedicar la mañana entera al Kremlin, salimos por la torre Spavskaya, ubicada en la misma plaza Roja. 

Me quedé de piedra cuando vi en la mismísima plaza Roja todo un conjunto de vehículos militares rusos.

Tuvimos la suerte de que justo este día había una exposición de vehículos militares antiguos por la fiesta bolchevique del 7 de noviembre (antiguamente era la fiesta comunista).

Había varios tipos de tanques y tanquetas, vehículos de transporte, sidecars, motos y hasta camiones. La gente se subía en algunos de ellos para hacerse fotos y algunos militares te animaban a ello y se ponían contigo para hacer la foto más real o te dejaban coger un kalashnikov real.

Yo estaba flipando porque pensaba justo lo contrario, que los fríos rusos no te iban a dejar ni acercarte a ellos. De nuevo mis prejuicios tomados de las películas americanas me jugaron una mala pasada. 

Algo tarde por esta visita inesperada nos fuimos corriendo a comer al mismo restaurante (Varenichnaya) que tanto nos gustó el día anterior ubicado en la calle Nikolskaya. De nuevo comimos rico, sano, variado, con buena atención y a un precio más que asequible (15€ persona) a escasos 5 minutos de la plaza Roja. Y cómo no, cayó otro Napoleón, riquísima tarta de hojaldre y crema en capas.

 

Tras la comida, y ya casi haciéndose de noche (sobre las 15:30) visitamos la preciosa Catedral de San Basilio, la icónica iglesia rusa en la que se inspiró el juego del Tetris y que domina el fondo de la plaza Roja.

Es elegante, especial y muy llamativa. En realidad es un conjunto de 9 iglesias-capillas unidas entre sí por una base común, y una serie de pasillos y salas comunicando unas con otras.

Nos gustó más por fuera que por dentro, sin duda.

Después nos acercamos a la coqueta catedral de Kazan, ubicada justo entre el museo Estatal y las galerías GUM. Es pequeña  su visita no dura más de 5 minutos. Merece la pena entrar justo cuando se esté celebrando alguna misa, pues estará lleno de gente y conocerás realmente cómo es un rito ortodoxo.

Las Galerías GUM son un inmenso centro comercial ubicado en la mismísima plaza Roja, compuesto de unas 6 o 7 plantas y donde puedes encontrar de todo y a todos los precios imaginables. Hay también restaurantes y bares.

Bajo mi punto de vista es un símbolo de la nueva Rusia y los nuevos rusos, a los que les encanta el lujo y el dinero.

 

La noche se nos venía encima y comenzó a llover, por lo que era el momento perfecto para comenzar a visitar algunas de las estaciones del famosísimo metro de Moscú. Llamado comúnmente la Catedral del pueblo, pensábamos que era algo exagerado, pero la verdad es que es bastante cercano a la realidad, al menos si tenemos en cuenta la cantidad y calidad de materiales empleados para la decoración de las estaciones: esculturas de bronce, todo tipo de mármoles en suelos, paredes y techos, pinturas y frescos, lámparas con piedras preciosas, entradas monumentales, etc. Es increíble el lujo que existe en algunas de las estaciones, auténticas obras de arte.

¿Qué estaciones son las mejores para visitar? Pues hay muchas y ubicadas por toda la red de metro: en mi opinión, serían estas: Ploschad Revolyutsi, Arbatskaya, Kievskaya, Kurskaya, Komsomolskaya, Propekt Mira, Chistye Prudy, Krasnye Vorota, Turgenevskaya y Mayakovskaya.  Hay muchas, cierto, pero es que es difícil elegir.

Mi recomendación es no ver todas las estaciones en el mismo día sino ir viéndolas según se vaya pasando por ellas al desplazarse de un lugar a otro de la ciudad. Así se ahorra tiempo y no te aburres de verlas todas el mismo día.

Para ello lo mejor es pintar las estaciones a ver en un plano de metro y, según se vaya pasando por ellas de camino a alguna parte, dedicarle unos minutos a verlas.

Nos llamó muchísimo la atención la cantidad enorme de gente que hay en cada estación en cada tren que llega y la frecuencia de trenes, inferior a un minuto en algunas estaciones. Es tal la gente que usa el metro que hay pasillos y escaleras separadas para la gente que entra y para la que sale, así la gente no se cruza en el camino y se camina más eficientemente. También hay unos controladores de escaleras mecánicas que, ante la más mínima incidencia, reorganizan el tráfico de subida y bajada según la demanda de este momento.

Recomiendo que os sentéis 5 minutos en un banco de alguna estación, simplemente a ver pasar la inmensa cantidad de gente que va de un lado a otro, en tan sólo 2 o 3 vagones que lleguen a la estación.

Día 4. Moscú. Kolomenskoye. Monasterio Donskoy. Museo de la Cosmonáutica.

Hoy teníamos planeado un día de visitas no típicas, pero tras haberlas realizado las recomendaría sin dudarlo.

 

La primera fue el enorme complejo de Kolomenskoye. Para llegar allí lo mejor es bajarse en la parada Kolomenskaya (línea 2-verde), ubicada en el norte del recinto, y salir por la salida sur, metro Kashirskaya (línea 2-verde). De esta forma vas de menos a más en cuanto a visitas se refiere, dejando el plato fuerte para el final.

Tras bajarse en el metro Kolomenskaya, hay que bajar unos 5 minutos por una calle ancha hasta la entrada del complejo. Ojo, preguntar por él porque es fácil perderse en este punto.

Una vez dentro, hay un camino asfaltado ancho donde al poco tiempo se llega al Centro Etnográfico, compuesto por una serie de casas de granjas y un museo dedicado a la madera, así como un par de hoteles. En esta época semi-invernal todo estaba cerrado, por lo que continuamos rectos hacia el punto principal del recinto, donde se condensan la mayor parte de edificios monumentales.

Primero la sobria puerta de entrada al palacio, después la iglesia de nuestra señora de Kazan con sus inmaculadas paredes blancas y sus cúpulas de color azul, y por último la original puerta Frontal, entrada principal a las dependencias del zar y donde destacan los colores rojos y verdes sobre el blanco de la nieve y las paredes. Saliendo por esta puerta el paisaje se abre hacia el río Moskva.

Al fondo, en un día claro, se puede observar la figura del Monasterio Nikolo Perervinsky, de nuevo una mole de color blanco solemne coronado con una serie de torres con cúpulas de color azul.

Pero obviamente lo que más llama la atención al salir por la puerta Frontal es la iglesia de la Ascensión, una de las joyas del conjunto y ubicada en un lugar excepcional con preciosas vistas. Fue erigida para conmemorar el nacimiento del zar Iván el Terrible y hace unos años fue incluida en la lista de Patrimonio de la Unesco por su singularidad arquitectónica, su buen estado de conservación y su significado histórico.

Seguimos camino por los jardines de la Ascensión durante unos 30 minutos hasta llegar a un punto a la izquierda donde se encuentra una pequeña sorpresa: un estrecho camino que atraviesa unos arroyos a través de unos puentes japoneses de color rojo. El paisaje cambia a boscoso y la sensación de haberte perdido crece.

Pero si continúas el sendero marcado, siempre hacia la derecha, durante otros 20 minutos, llegarás al último punto de la visita, y no por ello menos impactante: el palacio del zar Aleksei Mijailovich. Construido totalmente en madera, fue la residencia de verano del zar, destruido en el siglo XVII y reconstruido hace relativamente pocos años. Es muy pintoresco por sus ventanas de colores, sus torres de diversas alturas y formas y por su gran cúpula verde de estilo árabe.

Es una visita obligada aunque solo sea por su singularidad.

Tras el pateo de toda la mañana, la buena noticia es que a escasos 5 minutos de este palacio se encuentra la parada de metro de Kashirskaya. La mala es que no hay ningún restaurante en la zona para comer, por lo que lo mejor es tomar el metro y bajarte en tu siguiente destino. Y eso fue lo que hicimos.

La parada de metro más cercana al monasterio de Donskoy es Shabolovskaya (línea 6-naranja).

Justo al lado de la estación hay un restaurante italiano bastante bueno, donde nos metimos sin dudar. Los italianos suelen ser un acierto seguro en cualquier país del mundo. Y de hecho, acertamos. Calidad a precio razonable, con buen trato de los camareros, wifi gratuita, carta variada y guardarropa. Por no decir de jardín infantil con animadora, decoración moderna y mesas tranquilas, algunas con sofás. Y al lado del metro.

Tras la sobremesa, caminamos los 8 minutillos que había hasta la entrada al monasterio de Donskoy, uno de los monasterios más importantes de la ciudad moscovita. En Rusia, como ya descubrimos en Novodevichi, un monasterio ortodoxo no es un edificio al estilo católico donde sólo se permite la entrada a monjes y religiosos, sino  más bien un recinto donde se aglutinan una serie de iglesias, capillas y cementerios protegidos por una muralla.

Lo más llamativo de Donskoy es la muralla de color rosa que rodea todo el recinto. Algo rarísimo a nuestros ojos.

En el centro se encuentran 7 iglesias pequeñas en distintos tonos del mismo color rosa y blanco, además de una preciosa colegiata central de color rojo y torres con cúpulas negras, donde destaca el enorme tamaño de su interior y su precioso iconostasio (para los no entendidos, una especie de mural en el altar mayor lleno de imágenes y cuadros religiosos). Ha sido la primera iglesia hasta ahora que hemos podido fotografiar por dentro.

También destaca el cementerio y la antigua capilla funeraria anexa.

 

Las piernas a estas alturas del viaje ya estaban bastante cansadas (5 minutos por aquí, 10 para allá, etc) por lo que agradecimos ir sentados en el metro rumbo al siguiente destino: el museo de la Cosmonáutica

La parada de metro más cercana es V.D.N Ha (línea 6-naranja), al norte de la ciudad.

Como llegamos con luz y el museo cerraba tarde (sobre las 19:00) decidimos dar un paseo por los alrededores, donde se encuentra el inmenso complejo del CPE (Centro Panruso de Exposiciones), el mayor recinto de ferias y exposiciones de toda Rusia. Lógicamente en 1 hora de paseo vimos poco más que una gigantesca puerta principal (al estilo de la puerta de Brandenburgo berlinesa), un larguísimo bulevar lleno de bares y jardines, un parque de atracciones, un par de edificios de la exposición universal y las famosas esculturas de La Amistad entre los Pueblos (compuesta por un círculo de esculturas doradas), el Monumento del Obrero y la Koljsiana (hoz y martillo) o al mismísimo Lenin en una sobria escultura de más de 3 metros de altura.

Todo en Rusia es megalómano, y aquí lo volvimos a comprobar. Por espacio y recursos no será, claro.

 

Respecto al museo de la Cosmonáutica, sólo puedo decir cosas buenas de él: interesante, ameno, didáctico, lleno de curiosidades e información y del tamaño justo para disfrutarlo al máximo. Su visita dura unas 2 horas sin prisas.

Dispone de multitud de videos, fotografías, documentos y objetos reales de todo tipo. Además de decenas de trajes espaciales de varias épocas, satélites, cohetes, módulos espaciales e incluso vehículos lunares o sondas gravitatorias. No faltan las míticas Soyuz o Sputnik originales, así como maquetas de la MIR, la Estación Espacial Internacional  o referencias a las hazañas de la perra Laika o al héroe nacional ruso: Yuri Gagarin.

Museo muy interesante incluso si no te apasiona el tema espacial, además de único en el mundo.

Tampoco faltan, por supuesto, los carteles y merchandising de propaganda soviética de la guerra fría, cuando EEUU y la URSS pugnaban por ser la primera potencia espacial en los años 60.  Toda una lucha propagandística.

 

Serían las 20:00 cuando llegamos al hotel. El día había sido muy largo y estábamos muertos, por lo que cenamos en el mismo hotel y nos fuimos a descansar. Justo en ese momento, comenzaba a nevar. De nuevo. Perfecto.

Día 5. Moscú. Catedral de Cristo Salvador. Museo 1812. Compras. Tren nocturno a San Petersburgo.

Último día en la capital rusa.  Esta noche tomaremos el tren a San Petersburgo.

Para hoy nos hemos dejado un paseo por el barrio al otro lado del Moskva, cercano a las galerías Tetriakov. Estas galerías las hemos descartado por no interesarnos demasiado la pintura rusa (vamos, que no conocemos ni siquiera 1 pintor ruso), al igual que el museo Pushkin. Preferimos dedicar el tiempo a pasear tranquilamente por otras zonas de la ciudad.

Nos bajamos en el metro Tretyakovskaya (línea 6-naranja), y desde aquí caminamos (ojo, es fácil perderse y no está bien indicado) hacia la entrada del Museo Tetriakov. Desde aquí seguimos rumbo norte por la calle Lavrushinsky hacia el parque Bolotnaya, donde se encuentra el monumento Repin y la extraña escultura Deti Zherty Porokov Vzroslykh, llena de figuras extrañas de difícil comprensión.

Atravesando el parque se llega por fin a la calle Soflyskaya, justo en la orilla del rio Moskva. El barrio está semi abandonado y en plena recuperación por lo que no hay apenas gente en la calle. Veníamos buscando la vista del kremlin al lado del río y la encontramos. Sin duda, una de las mejores fotos panorámicas de todo el conjunto de las catedrales, senado y murallas rojas del Kremlin, con el río Moskva abajo.

Seguimos caminando por la orilla del río Moskva en dirección oeste, por una zona desangelada, triste y fría por la humedad del río, hasta que llegamos al extremo más occidental, donde se encuentra la enorme, negra, fea y estrambótica estatua de Pedro I en lo alto de un barco. No merece la pena en absoluto.

De hecho nos gustó más el conjunto de edificios de color rojo de la zona, antigua zona industrial reconvertida en zona de locales de negocios de emprendedores, cineastas y músicos, además de varios bares y restaurantes bastante interesantes.

Regresando unos metros hacia atrás subimos al puente que cruza el río Moskva hasta la entrada a la Iglesia de Cristo Salvador. Desde aquí se tienen también unas preciosas vistas panorámicas de todo el Kremlin.

La iglesia es gigantesca. Es otro ejemplo de la opulencia rusa. Está llena de mármoles de todos los tipos y colores, un iconostasio digno de contemplar y, sobre todo, una cúpula central con 4 columnas de un tamaño espectacular, que dan soporte a todo el conjunto. Nos ha recordado a alguna iglesia católica de Roma por la cantidad de mármoles empleados y el lujo y detalle de todos sus rincones.

En general nos está sorprendiendo la belleza de los interiores de todas las iglesias y catedrales, tan distintas a las católicas, así como los exteriores, todas con sus esbeltas cúpulas de colores llamativos. También la cantidad de gente beata que hay, no sólo mayores sino mucha gente joven.

Desde aquí nos fuimos paseando unos 20-30 minutos hacia la plaza Roja, pasando por el Museo Pushkin, la casa Pashkov, la Biblioteca Estatal Rusa o el centro comercial que hay justo al lado de los jardines Aleksandrovsky.

También entramos al museo de 1812, dedicado a la guerra que entabló el pueblo ruso contra la invasión de Napoleón. El edificio es precioso por fuera, de color rojo ruso, y ubicado justo al lado de la plaza Roja. Pero por dentro deja mucho que desear, pues toda la información está en ruso y no hay demasiados objetos que contemplar sino información que leer. Vamos, que si no sabes ruso no merece la pena.

Estuvimos dudando hasta el último momento entre este museo y el museo Estatal Ruso, justo al lado también. Y elegimos mal, aunque no sé si este otro hubiera sido mejor, la verdad.

Igualmente descartamos entrar al Bunker-42, a pesar de que la temática del mismo nos interesaba bastante. Pero entre las malas críticas que leímos, el elevado precio (28€) y la obligatoriedad de ir en grupo guiado, lo descartamos. No daba tiempo a ver todo.

Llegados a este punto del viaje creo que puedo decir que tenía prejuicios equivocados respecto de los rusos. Ni son todos rudos y serios ni ellas todas altas y esbeltas. Sí que es cierto que la gente en general es en apariencia seria y recia, y hay muchas chicas guapísimas con ojos azules gélidos, pero en general todos pasan por ciudadanos de cualquier otra ciudad del centro y norte de Europa.

También nos ha sorprendido gratamente que todos los edificios, locales y calles lucen cuidadas y limpias (esperaba dejadez, suciedad, sordidez, con calles y edificios post-soviéticos semi-abandonados). Obviamente, sólo nos hemos movido por el centro turístico y algunos barrios de los exteriores como Izmailovo o Kolomenskoye, donde tampoco vimos nada de esto, aunque sí grandes bloques de edificios de viviendas de estilo post-URSS.

Parece como si la etapa soviética estuviera olvidada, y se hubiera dejado sólo lo bueno de ella (orden, sobriedad, cultura de estado, etc) y se estuviera aceptando lo bueno del capitalismo (clase media, turismo, apertura comercial, etc). Además hemos tenido total sensación de seguridad.

Las últimas horas de esta preciosa ciudad discurrieron paseando de nuevo por los alrededores de la omnipresente plaza Roja, haciendo algunas compras y tomando unas últimas fotos.

Nos dirigimos a la estación de Leningrado (Leningradsky Vokzal), ubicada al noreste, sobre las 20:00. Cenamos allí mismo algo rápido (no hay otra cosa) y a las 21:30 nos subimos al famoso tren Flecha Roja, cómo no, de color rojo intenso.

A la entrada de cada vagón se encuentra una azafata (señora de unos 50-60 años), para darte la bienvenida (con la sobriedad rusa obviamente, no esperes una sonrisa) e indicarte tu vagón cama.

Leímos que este tipo de señoras mayoras son empleadas en trabajos como vigilantes de museos, guardarropas, azafatas de trenes o cosas del estilo que requieran poco estrés y bastante monotonía pero que necesiten una cierta dosis de respetabilidad y orden con sólo una mirada o su presencia, en lo cual encaja perfectamente este perfil de personas. Nosotros las llamamos ‘Matrioskas’.       

El vagón-cama del Flecha Roja nos sorprendió por la cantidad de detalles que tenía: periódico, botella de agua, kit de cena y desayuno, luces de lectura, zona de guardarropa, cortinas, sábanas, mantas, etc. El baño estaba fuera, eso sí.

Nos encantan los trenes nocturnos, y éste es sin duda uno de los mejores que hemos cogido nunca.  Además de la calidad del interior del vagón, el trayecto fue de lo más tranquilo y puntual. Recuerdo alguno en Perú o Vietnam, por ejemplo, donde era imposible dormir por el continuo traqueteo de arriba-abajo y de lado a lado del vagón, por no hablar del frío, de los ruidos o los retrasos, cosa que en este tren no sufrimos en ningún momento.

Experiencia totalmente recomendable.

Los billetes, por cierto, los compramos por la web (http://pass.rzd.ru/main-pass/public/en), para lo cual hay que registrarse primero recibir un mail de confirmación,  y posteriormente seleccionar el tren elegido y el tipo de vagón y asiento de entre los distintos existentes. Se puede pagar con VISA.

Día 6. San Petersburgo. Museo Hermitage. Zona norte de Nevskiy Prospekt. Catedral de la Sangre Derramada.

Llegamos a la antigua capital del imperio Ruso bien pronto por la mañana, en la estación de Moscú

Salimos a la calle con la idea de ir caminando hasta el hotel tranquilamente, pero si en Moscú teníamos frío y algo de nieve, San Petersburgo nos recibió con 10-20 cm de nieve en la calle, temperaturas de -5º y nevando. No tuvimos más opción que coger un taxi. Y menos mal. Ello nos sirvió para observar cómo los rusos están acostumbradísimos a conducir con nieve y hielo y que la vida en estos lares no se para por el frío y la nieve.

Todo estaba abarrotado de gente haciendo su vida normal. A nosotros, españolitos, no nos dejaba de sorprender.

 

Tras hacer el check-in, dejamos las cosas en la habitación del hotel, ubicado a 1 minuto del palacio Stroganov y de la calle Nevsky, arteria principal de la ciudad alrededor de la cual están la mayoría de lugares turísticos.

Al igual que en Moscú, es importante elegir un hotel lo más céntrico posible, para poder ir caminando a todas partes. Y es buena idea también cogerlo con desayuno incluido, para así no tener que salir a la calle y sufrir las temperaturas gélidas. A diferencia de Moscú, los precios de los hoteles céntricos son más baratos.

 

Algunos apuntes sobre San Petersburgo: Es una ciudad que se puede recorrer a pie. De hecho es lo mejor para conocer todos los preciosos rincones que recorren los canales que envuelven esta ciudad. En verano existe la posibilidad incluso de recorrerlos en barca, pero en invierno estarán congelados ofreciendo una estampa única.

Todos los puntos turísticos están cerca y como mucho hará falta algún billete en metro si estamos cansados o hace muy mal tiempo.

Esto no aplica a los principales palacios de la ciudad, los cuales están ubicados unos kilómetros fuera del centro: Peterhof, Tsarskoe Selo-Pushkin (Palacio Catalina) y Pavlosk, o los menos visitados Lomonosov o Gatchina.

En estos casos lo mejor es ir en taxi (si queremos rapidez y comodidad) o en metro + autobús (si queremos economizar a costa de perder tiempo). Casi todos los complejos se componen de un palacio y de jardines con entrada aparte.

Desde el 1 de noviembre hasta el 1 de mayo todas las esculturas de los jardines estarán tapadas y las fuentes apagadas para no ser dañadas por el frío, aunque el acceso a los jardines será gratuito.

Es también importante saber los horarios de cada uno de ellos, variables dependiendo de la época del año.

¿Cuál sería por tanto el mejor palacio para visitar?

Pues mi respuesta sería que depende de la época del año.

El más famoso es sin duda Peterhof, con su escalera monumental jalonada de esculturas doradas y sus enormes jardines. En verano se puede incluso llegar en barco directamente desde San Petersburgo. Pero en invierno pierde el encanto de sus jardines y esculturas, tapados por el frío.

El segundo en importancia quizá sería el Palacio de Catalina, ubicado en el pueblo de Tsarkoe Selo (antiguamente llamado Pushkin). Lo bueno de este complejo es que lo más bello se ubica dentro del palacio.

Esta fue la razón que nosotros elegimos para visitar uno y no el otro. Los precios de ambos son elevados, por lo que conviene pensarlo bien para luego no llevarse un chasco si algo está cerrado.

Tras descansar un rato salimos a la calle a tomar un café en una cafetería mientras contemplábamos embobados cómo seguía nevando con ganas. Nos dirigimos al principal punto turístico de la ciudad y quizá de Rusia: el Hermitage.

Entramos en la enorme plaza del Palacio, la cual estaba cubierta por más de 50 cm de nieve, mientras seguía nevando. Si ya impresiona la plaza por su tamaño y por los bonitos edificios que la componen, verla nevada es una pasada. Hicimos unas decenas de fotos y videos en todas las perspectivas y ángulos posibles, y llegadas las 10:00 nos fuimos a la entrada principal.

El museo del Hermitage es el icono artístico ruso por excelencia, además de uno de los mayores y más importantes museos del mundo. Está distribuido en un conjunto de 6 edificios junto a la orilla del río Neva, siendo el más importante y conocido el Palacio de Invierno, antigua residencia oficial de los zares rusos.

Como todos los museos en Rusia (en Moscú nos pasó lo mismo), existe una zona de guardarropa con ‘Matrioskas’ donde puedes dejar tu ropa de abrigo, sentarte un rato o comprar  una botella de agua antes de comenzar la visita. Aun no siendo un entendido de arte como nosotros, la visita al museo es totalmente recomendable. Hay una cantidad impresionante de objetos de arte, desde esculturas, cuadros o tapices hasta todo tipo de decoración de interiores, joyas u objetos de la vida cotidiana de los zares.

Nunca he visto tal cantidad de objetos lujosos en un museo. Nos llamó muchísimo la atención las propias salas de exposición,  preciosas y dignas de visita en sí mismas. No en vano, son las salas de los distintos palacios que componen este museo, lugar donde vivieron los antiguos zares rusos.

Hay salas de tronos, de recepción, de baile o estancias personales de zares y zarinas. Todas ellas lujosas a más no poder, llenas de mármoles por suelos y columnas, jaspes de colores, mobiliario de nácar, frescos en los techos, suelos de madera noble, etc. Impresionante la sala principal del trono, llena de oro por todos lados.

Si el Louvre, el British o el MET destacan por la importancia histórica de sus colecciones artísticas, en el Hermitage destacaría el propio museo como punto fuerte del mismo.

Esto, obviamente, con mis ojos de no entendido en arte.

Se necesitan no menos de 3-4 horas para poder visitarlo todo entero.

Serían las 14:00 cuando salimos del museo. Para nuestra alegría seguía cayendo una copiosa nevada, y el frío era tal que los canales estaban completamente helados. Este frío polar sí que es frío y no el de España.

¡Me parecía increíble estar viviendo esta experiencia en la mismísima Rusia! Caía la nieve justa para que todo estuviera precioso y fuera posible caminar por las calles, muy bien abrigados eso sí.

Fuimos directos a comer a un pequeño restaurante muy cercano que nos habían recomendado, llamado Yat. Se distingue la entrada por una bicicleta de madera de color rojo y unas escaleras que bajan al restaurante. Comimos, para variar, genial. De hecho, nos costó bastante salir de nuevo a la calle, pues sería salir de lo calentito al frío polar de fuera. Y eso significaba ponerse abrigo, cazadora, gorros y guantes.

 

Fuimos caminando por los canales de la ciudad hasta llegar al siguiente destino de hoy: la iglesia de la Sangre Derramada. Esta preciosísima iglesia, la más bonita sin duda de San Petersburgo, es muy similar en aspecto exterior a la catedral de San Basilio de Moscú. Tamaño contenido, esbeltas torres acabadas en pintorescas y coloridas cúpulas de estilo ‘cebolla’ y una ubicación muy fotogénica al lado de uno de los canales de la ciudad.

Fue erigida en el siglo XIX en el lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II. Su interior destaca por la opulencia general del conjunto, por las preciosas tallas de madera del iconostasio y por las columnas, techos y paredes llenas de frescos y murales de gran tamaño. Obligatoria en cualquier visita a la ciudad.

 

Ya de noche, dimos un último paseo por los alrededores de la iglesia para visitar los cercanos jardines y palacio  Mikhaylovsky, el sobrio edificio del Museo Estatal Ruso y el elegante circo Bolshoy.

Llegados al canal Fontanka pasamos por la puerta del Museo Fabergé hasta llegar al cruce con la siempre abarrotada avenida Nevsky, en el famoso puente Anichkov.

A pesar de las bajísimas temperaturas y la nieve, que seguía cayendo como todo el día, esta calle siempre está llena de vida. No en vano, es la arteria principal de la ciudad. Está llena de tiendas, restaurantes, edificios singulares y locales de todo tipo. Paseamos por ella disfrutando de las luces de la noche, que siempre le dan un encanto especial, contemplando la multitud de edificios existentes, como el Palacio Anichkov, el almacén de comidas rusas delicatesen Yeliseev, la Biblioteca Nacional de Rusia, el centro comercial Gostinyy Dvor, la catedral de Kazan o el Palacio Stroganov.

Cuando el frío nos impidió continuar en la calle nos metimos a cenar en un restaurante de comida rusa tradicional. Para no variar comimos estupendamente.

 

A estas alturas de viaje ya nos estábamos dando cuenta que nos estaba encantando todo de los restaurantes rusos: desde la calidad y cantidad de la comida, pasando por la calidez y buena atención de los camareros, así como la cuidada decoración y estilo de todos ellos.

No nos ha costado nada encontrar un buen restaurante, ni en Moscú ni en San Petersburgo, pues los hay por todos lados sin demasiado buscar. La comida es rica, variada, a precios económicos (entre 10-20€ comiendo de carta con 2 platos, bebida y postre) y con cantidades perfectas. Lo más típico son los blinis, el stroganoff, las sopas con ‘cosas (remolacha y una especie de perejil ruso casi siempre), los ahumados, las ensaladas de todo tipo y los guisos de carne.

Recomendable probar el kuass, especie de cerveza casera sin alcohol, con olor a ponche, color coca-cola y sabor a zumo de arándanos. Extraña pero buenísima.

Los restaurantes que hemos probado, y han sido unos cuantos, están especialmente bien decorados, con baños súper originales (algunos para foto), zonas para niños, sofás comodísimos, hilo musical, cartas en inglés zonas de vestidor y guardarropa, espejos al salir para estar presentable, etc.

Día 7. San Petersburgo. Al otro lado del río Neva. Fortaleza San Pedro y Pablo.

Nuestra idea para hoy era recorrer a pie la parte norte de la ciudad, cruzando al otro lado del río Neva y así ver alguno de sus puentes principales (que en verano son una atracción turística al ser levadizos algunos de ellos).

Salimos del hotel sobre las 9:00 y nos dirigimos hacia la iglesia de la Sangre Derramada, aprovechando para verla de día con otra luz y otra perspectiva distinta a la del día anterior (la mejor foto es justo en el cruce de unos canales cercanos).

Desde aquí pasamos al otro lado del canal del río Moika, atravesamos los campos de Marte totalmente nevados y, dejando a la izquierda el palacio de Mármol, llegamos al puente de Troitsky, que cruza al otro lado del río Neva.  Y comenzamos a flipar.

El río Neva, con más de 600 metros de ancho, estaba totalmente congelado. La temperatura estimada para hoy según la TV  era de -15º. Y vaya si hacía frío. El frío y la nieve tienen sus inconvenientes, obviamente, pero es innegable que también tiene un aliciente excepcional. Es como que disfrutas más de Rusia si lo ves todo nevado o congelado y hace un frío que pela. Es como más auténtico.

Atravesar este puente tan largo nos llevó su tiempo. Yo no paraba de sacar fotos del río congelado, de los barcos rompehielos que intentaban abrir una brecha de agua para navegar y de las preciosas vistas panorámicas a uno y otro lado de la ciudad, con el Hermitage a un lado y con la fortaleza de San Pedro y Pablo al otro. Increíble. Precioso. El inconveniente era que tenía entre 5 y 10 segundos para sacar una foto y no congelarme las manos.

Pero me podía más la emoción de estar allí en ese justo momento que cualquier sensación de frío.

 

Llegamos al otro lado con un frío que pela, y nos fuimos directos a conocer la Mezquita de San Petersburgo, situada a unos 500m nada más pasar completamente el puente de Trotsky. Éste es uno de esos edificios que no aparecen en casi ninguna guía, pero a nosotros nos encantó. Es un edificio sobrio de paredes de granito grises, coronado por dos espigados minaretes y una parte central, los 3 acabados en unas preciosas cúpulas azules muy llamativas. Aunque sin duda lo más llamativo es la puerta principal, llena de motivos árabes de cerámica.

La entrada sólo es posible para musulmanes, por lo que el interior es un misterio para nosotros.

 

A escasos 5 minutos deshaciendo el camino, está la entrada de la fortaleza de San Pedro y Pablo. Allí nos tomamos un café y tratamos de entrar en calor y descansar durante 30 minutos.

La fortaleza de San Pedro y Pablo es un recinto fortificado ubicado en medio de un islote en la orilla del río Neva.

Dentro hay varios museos pequeños (museo da Vinci, museo de la tortura medieval, museo de trajes y varios para niños) y algunas atracciones (como la subida a la muralla almenada) las cuales no están incluidos en la entrada y, por tanto, se pagan aparte. Nos pareció un poco timo, la verdad.

Como parte de los sí incluidos están la prisión donde estuvo Trotsky a principios de siglo XX, un museo dedicado a las costumbres y formas de vida de la ciudad y la Catedral donde están enterrados el zar que ordenó construir la ciudad (Pedro I) así como el último de los zares (Nicolás II), asesinado por los bolcheviques antes de la revolución.

Los 3 lugares merecen la pena, cada uno con sus características. La catedral es reconocida desde casi cualquier punto de la ciudad por su altísima torre dorada. Y desde cerca, por su color amarillo.

Merece también la pena visitar la puerta de la muralla que da al embarcadero, así como darse una vuelta por la playa de la ciudad, extramuros, que no deja de ser un pedazo de tierra con arena blanca a orillas del río. En esta época estaba todo totalmente congelado y lleno de nieve, lo cual era bastante curioso. Y bonito.

No dejaba de preguntarme cómo sería vivir aquí una temporada en enero o febrero, en pleno invierno, si ahora en noviembre teníamos temperaturas de -15º y todo estaba congelado. Los rusos son de otra pasta.

Salimos de la fortaleza por la salida norte, la que da justo al museo de Artillería. Me quedé con ganas de entrar para observar el armamento ruso, pues a diferencia de otros países éste es el único país donde poder observar este tipo de objetos (al igual que nos pasó en el museo de la Cosmonáutica). Estamos tan ‘occidentalizados’ y ‘americanizados’ que no nos damos cuenta de este tipo de cosas.

Era la hora de comer y por desgracia esta zona no brilla ni por ser turística ni por tener muchos restaurantes.  Tuvimos que caminar un rato hasta casi llegar al puente Birzhevoy, donde encontramos por fin un lugar para comer y entrar en calor.  Tras la comida pasamos por dicho puente hasta llegar al parque Birzhevoy, lugar donde están las columnas Rostral y el antiguo edificio de la Bolsa. Desde esta zona se tienen unas inmejorables vistas de toda la ciudad a uno y otro lado del enorme río Neva que separa en dos la ciudad. Y poco más, la verdad.

Seguimos nuestro paseo por esta zona, la más occidental de la isla Vasilievski, contemplando algunos edificios de la Universidad y palacios como el de Menshikov.

 

Cruzando de vuelta por el puente Dvortsoviy, continuamos paseando por el edificio del Almirantazgo, de color amarillo chillón, para después observar la escultura a caballo conocida como el Jinete de Bronce y terminar a la entrada de la más suntuosa y grandiosa iglesia de la ciudad: la catedral de San Isaac. Construida en el siglo XIX, destaca principalmente por su tamaño, por los distintos mármoles de todo el interior y porque se puede subir a la cúpula para observar una vista panorámica única de la ciudad.

Regresamos al hotel siguiendo el canal Moika mientras seguíamos observando edificios bonitos como el hotel Inglaterra o el hotel Astoria o muchos otros cuyo nombre no conocíamos.

Al igual que en Moscú, no nos costó nada encontrar sitios para tomar una cerveza, un aperitivo o cenar.

Día 8. San Petersburgo. Palacio de Catalina en Pushkin. Iglesia de Chesma.

Hoy el día prometía. Tocaba aventura Rusia-Express. Decidimos que era más interesante tomar autobús-metro-microbús para ir y venir del palacio de Catalina ubicado en el cercano pueblo de Pushkin (hoy dia llamado Tsarkoe Selo), que hacerlo en taxi, mucho más aburrido. Y no nos salió mal del todo, la verdad.

Lo más complicado fue saber en qué dirección tomar el autobús hacia Pushkin al bajarnos en el metro Moskovskaya, pues nadie hablaba inglés por allí y ningún cartel lo indicaba, salvo en ruso. Tras unos momentos de incertidumbre, dimos con una persona joven que hablaba inglés y nos indicó el bus correcto. No es fácil orientarse.

Llegamos a Pushkin sobre las 11:00, y gracias al GPS del móvil llegamos a la entrada del palacio de Catalina. De nuevo nadie hablaba inglés por la zona y no hay carteles indicando la dirección del palacio desde la parada del bus.

 

Lo primero que nos sorprendió de esta palacio fue su precio: 1000 rublos. Lo más caro hasta ahora en Rusia.

Lo segundo fue ver una inmensa cantidad de turistas, sobre todo orientales. Todavía no habíamos entrado al palacio y ya se nos estaba torciendo la visita. Pero la verdad es que a medida que visitábamos las distintas estancias del palacio (habitaciones de zares y zarinas, salas de estar, salones de trono, salones de baile, Etc.) y sobre todo la preciosísima y extrañísima sala de Ámbar, nuestra impresión inicial fue cambiando a mejor. Es ésta sin duda la sala más famosa del palacio, única en el mundo, y motivo por el que hay tantos turistas. No se pueden hacer fotos.

La visita del palacio no dura más de 1 hora, pero después se puede dedicar un buen rato recorriendo los distintos jardines y parques que lo rodean, con curiosidades como un pequeño palacete azul o el inmenso lago central. 

Pushkin no es un pueblo turístico, por lo que encontrar un restaurante para comer no es algo sencillo. Tuvimos que irnos hasta la avenida principal donde te deja el autobús para comer en el único restaurante que encontramos. Por suerte era un buen restaurante italiano donde comimos, como siempre, estupendamente, y en un ambiente super agradable y cálido.

La vuelta en bus fue mucho más sencilla que a la ida, por suerte, y no hubo lugar a perderse en ningún momento.

Llegados a la estación de metro de Moskovskaya, decidimos pasarnos a conocer una pequeña iglesia que habíamos visto en un folleto turístico y que no estaba en nuestros planes iniciales: la iglesia de Chesma.

Ubicada a unos 15 minutos a pie, seguimos el GPS con google maps para llegar a ella.

Lo más llamativo de la iglesia es sin duda su color: rosa chicle. Ubicada justo en el medio de un parque sin árboles, se la puede describir como una pequeña, coqueta y fotogénica iglesia. Su interior, en cambio, no es tan atractivo.

Solo la recomendaría si tienes media hora de tiempo y estás por la zona, pero no venir hasta aquí solo para verla.

 

Tomamos de nuevo el metro hacia el centro de la ciudad, y nos bajamos en Sennaya.

Dedicamos lo que quedaba de tarde a pasear entre el río Fontanka y el canal Griboyedova.

Primero fuimos hacia al oeste hasta la catedral de San Nicolás, de color verde e imponente tamaño, ubicada en el medio de un parque. 

Después pasamos por la puerta del famoso Teatro Mariinski, uno de los más importantes de Rusia. Los desorbitados precios (>70€ la entrada más barata) nos hicieron dar marcha atrás en nuestras pretensiones de entrar a ver un ballet. La zona estaba llena de obras por la ampliación del metro, con lo cual no resultaba demasiado atractiva.  

 

Siguiendo en dirección al cruce con el río Moika, lugar donde se encuentra la isla de Nueva Holanda, no cambió demasiado el ambiente, pues se trata ésta de una zona gris sin apenas transeúntes y prácticamente nada turístico. Comenzó a nevar de nuevo bastante fuerte, por lo que decidimos regresar hacia la plaza de Sadovaya y desde allí seguir nuestro paseo por el mucho más agradable y turístico canal Griboyedova, parando a tomar una cerveza por el camino.

Tras otro rato andando sobre medio metro de nieve conseguimos llegar a la catedral de Kazan.

Contemplar cómo nieva fuertemente y cómo la gente sigue tan tranquila como si nada es algo que me ha dejado sorprendido, la verdad. Aunque pensándolo bien, no queda otra más que hacerlo así en este país.

Hartos de andar, y con bastante frío en los huesos (no somos rusos), nos fuimos pronto al hotel a descansar.

Día 9. Entre los canales al sur de Nevskiy Prospekt. Vuelo San Petersburgo-Madrid.

Último día en Rusia, que dedicamos a dar un último paseo por el Almirantazgo, la plaza del Palacio, el Hermitage, y la iglesia de la Sangre Derramada. Preciosa ciudad.

 

Para ir de vuelta al aeropuerto, a estas alturas ya nos sabíamos mover más que bien en el transporte público, lo mejor es tomar metro hasta Moskovskaya y desde allí tomar el bus directo al aeropuerto.

Por desgracia tuvimos nuestro momento malo en el metro de regreso. Cargados con maleta, cámaras y mochilas, éramos objetivo claro de los ladrones. Esperando el vagón del metro, sin apenas gente en el andén, nos sospechamos que, de repente, y nada más entrar el vagón en la estación, empezó a aparecer gente que, literalmente, nos empujó (a nosotros y a todo el mundo) hacia dentro del vagón, creando una maraña de gente donde no te podías mover ni podías percibir si alguien te estaba quitando algo.

Yo sospeché algo, pero en esos 10-20 segundos donde apenas podía moverme era carne de cañón. Tras entrar al vagón y liberarnos de la presión de la gente comprobamos que nos habían abierto la mochila, tratado de quitar la cámara y robado la cartera. Por suerte no tenía más que 50 rublos y una tarjeta de crédito. Lo caro, que eran las cámaras por suerte no nos las quitaron.

En estos casos lo mejor es mantener la calma, y eso es lo que tratamos de hacer. Llamamos al banco para anular la tarjeta (no sin hacer varias costosas llamadas, claro) y revisamos una y otra vez que no nos faltara nada. Qué se le va a hacer, ladrones hay en todas partes.

 

Esta última mala experiencia no nos ha hecho cambiar nuestro pensamiento sobre el viaje.

Nos da muchísima pena irnos porque hemos disfrutado muchísimo el viaje.

Nos ha gustado muchísimo más de lo esperado, quizá porque veníamos sin demasiadas expectativas. Nos han encantado los hoteles y sus enormes camas, los desayunos copiosos, la gente normal y corriente por todos lados (y no ruda y fría como yo pensaba), los precios de clase media de los restaurantes (aunque los hay, y muchos, de precio exclusivo), la arquitectura medieval de Moscú, los canales de San Petersburgo, las preciosas iglesias de la Sangre Derramada y San Basilio y para darle un toque especial, la nieve y el frío que le han dado un toque super auténtico y único al viaje.

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