Marruecos
Ciudades Imperiales - 7 dias
Dia 1. Vuelo Madrid-Fez. Dormir en Fez
Dia 2. Fez. Dormir en Fez.
Dia 3. Meknes. Dormir en Meknes.
Dia 4. Mulay Idris. Volubilis. Meknes. Dormir en Meknes.
Dia 5. Rabat. Dormir en Rabat.
Dia 6. Tanger. Dormir en Tanger.
Dia 7. Vuelo Tanger-Madrid

No hay que perderse:
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Fez. Perderse por sus estrechas y laberínticas callejuelas atiborradas de gente es toda una experiencia que merece la pena no perderse. Decenas de rincones a descubrir.
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Meknes. Ciudad imperial con una vibrante y colorida medina, además de varios palacios y jardines dignos de visitar.
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Rabat. Obligada visita a la kasbah, torre de Hasam y el mausoleode Mohamed V.
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Tanger. Ciudad con romántico pasado de haber vivido mejores épocas
Medios de transporte:
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Tren Fez-Meknes, Meknes-Rabat y Rabat-Tanger. Cómodo, rápido y barato.
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Taxi privado para ir a Mulay Idris y Volubilis desde Meknes. Precio a negociar.




Dia 1. Vuelo Madrid-Fez
Mi segunda visita a este bello país comenzó en la vibrante y bulliciosa ciudad de Fez (Fés). Nada más llegar al aeropuerto, y estando advertidos de antemano del pirateo existente con los taxis, buscamos entre la vorágine de gente que se nos acercó a ofrecernos transporte a la ciudad, uno con el distintivo oficial y nos montamos en él, previo regateo del precio, a nuestro alojamiento en plena parte alta de la medina de Fez.
Nada más montar te llama la atención el salpicadero y las partes de plástico del coche tapadas con una especie de alfombra de pelo de dudoso gusto, todo ello amenizado con música árabe y tu sentado en un asiento del que dudas que se haya limpiado alguna vez. Tienes que reírte y pensar: SI, ya estoy en Marruecos. No esperes limpieza y cuidado a la manera occidental. Aquí se valora mucho más el trato cercano, amable y personal por encima de todo. Aunque no entiendas un carajo de árabe o bereber.
Al ser mi segunda vez en el país no me sorprendió, pero la Srta. Fogg se llevó una sorpresa no muy agradable. Poco a poco se fue adaptando a la situación, jeje.
Llegamos al alojamiento casi de noche, por lo que apenas había gente por la calle. El hotel o Riad estaba compuesto por un patio árabe con una pequeña fuente de agua en el centro y todas las habitaciones dispuestas en torno a él en varias plantas, muy chulo. En la parte alta del hotel había una azotea, por lo que subimos a contemplar la noche desde lo alto. Nos encantó ver todas las casas de la ciudad con sus tejados planos a distintas alturas al estilo Prince of Persia, junto con decenas de minaretes de las mezquitas. Todo ello aderezado con una preciosa noche de estrellas. Perfecto comienzo a nuestra aventura marroquí.

Dia 2. Fez
Tras la primera toma de contacto nocturno con la ciudad, hoy tocaba recorrerla de cabo a rabo. Lo primero de todo fue tomar un buen desayuno en el hotel, consistente en rebanadas de pan con mantequilla, zumo de naranja y sandía. Lo detallo porque es muy importante en este país el cuidar la alimentación. No hay que tomar nada lavado con agua local, ni hielos, ni nada fresco, y por supuesto agua siempre embotellada. Si no, te arriesgas a coger una gastroenteritis o alguna dolencia estomacal. Es un cuidado básico fundamental a no olvidar en este país. A esto se une el hecho de que en muchos restaurantes (sobre todo los no demasiado caros) sólo se sirven 2 o 3 platos para europeos, y siempre los mismos: Tajine (estofado de pollo o ternera), Couscous, ensaladas (a evitar!!) y fruta. Y aun así, siempre se corre el riesgo de caer enfermo por el cambio de hábitos alimenticios. Repito, hay que ser muy cuidadosos con lo que se come y se bebe.
Fez se divide en 2 barrios: Fez el Bali y Fez el Jedid. Fez el Bali destaca por las distintas Medersas o escuelas coránicas, pequeñas joyas arquitectónicas decoradas con motivos naturales donde todo converge a un patio central con una fuente de agua pavimentado en mármol. La pena es que no está permitida la entrada a no musulmanes. También llamativo la cantidad de pequeñas mezquitas y minaretes por todos lados y el alucinante barrio de los curtidores. Merece mucho la pena subirse a una de las azoteas de los edificios de los alrededores y contemplar el espectáculo de cómo se colorean los distintos tejidos, ver las distintas pozas de color, las telas secándose al sol y los curtidores trabajando. Es un espectáculo de color y autenticidad que te devuelve a otro tiempo.
Fez el Jedid destaca por las bonitas y antiguas puertas y murallas que rodean la ciudad así como por el cementerio judío del barrio de la Mellah.

Dicho esto, la mejor forma de conocer la ciudad es sin duda perderse por el laberinto de callejuelas, escaleras, pasajes, bóvedas y callejones sin salida que hay por todos lados, participando del pausado ritmo de vida de sus habitantes, que observan pasar la vida desde sus pequeños negocios. Te puedes encontrar desde un burro cargando decenas de cajas, como un anciano sentado con un té en la mano observando sin más o una rata saliendo de una alcantarilla o un grupo de chavales jugando o un vendedor ofreciéndote cualquier cosa.
Y las llamadas al rezo desde las mezquitas cada poco tiempo.
Es además curioso pasear por los distintos mercados existentes en la ciudad, perfectamente organizados en torno a los oficios y productos a la venta. Puedes encontrar de todo aquí, desde telas o alfombras, pasando por mercados de comida y/o dulces o productos elaborados de orfebrería, hierro o cualquier otro material imaginable. Todo se compra y se vende en los zocos de Fez. Y, por supuesto, siempre regateando el precio.
Vivir esta ciudad es trasladarte mentalmente a otra época.
Estamos tan cerca de ellos geográficamente y tan lejos culturalmente a la vez. Lo que me sorprende es que aquí la gente, a pesar de la humildad de su forma de vida y sus escasas expectativas de mejorar laboral o personalmente, parece vivir feliz, alegre con su forma de vida, su pequeño comercio y su familia, en paz. Todo lo contrario a nuestra cultura, viviendo en permanente estado de búsqueda de mejora de status social y profesional.
Ello me da que pensar quién vive más feliz. Y no lo tengo muy claro, la verdad.

Dia 3. Meknes
Hoy nos despedimos de Fez. Tras desayunar en nuestro Riad el zumo de naranja, tostada y mantequilla de todos los días, en el precioso patio árabe central, salimos a la calle en busca de un taxi que nos llevara a la estación de tren. Y otra cosa no, pero taxis en esta ciudad hay por todos lados. Tomamos uno cualquiera que, en apenas 15 minutos, nos dejó en la estación de tren a las afueras. Nos volvió a sorprender en nuestro ya tercer día las casas a medio construir con ladrillo visto, la escasa limpieza de las calles, la multitud de gente yendo hacia todos lados cruzándose unos con otros o el nulo respeto por las señales de tráfico. Nunca deja de sorprender.
El tren lo habíamos reservado previamente por internet desde España para evitar sustos y hay que decir que nos sorprendió su puntualidad, la gestión de la entrada con los tickets y su modernidad. Esperaba un tren antiguo, destartalado y con asientos de madera como mucho y fue todo lo contrario, mucho más parecido a un Cercanías o Regional español.
Lo que si llama la atención es que el concepto de limpieza es distinto que en Europa. Es habitual ver todos los ceniceros llenos de papeles o restos de comida por el suelo. En este sentido imagino que es más un tema de educación de la gente, acostumbrada a no tener papeleras en ningún sitio y tirar todo al suelo. Quizá en unos años esta situación cambie.
Posteriormente cogimos otros 2 trenes más hacia Rabat y Tanger y en ambos casos la calidad de los trenes fue parecida. Parece que desde el Gobierno se está invirtiendo en modernizar el país y las infraestructuras ferroviarias son uno de los puntos a tratar, junto con el fomento de áreas turísticas de playa en Rabat o Tanger, pero esto es algo que comentaré más adelante.


Llegamos a Meknes sobre las 11:00.
Como nuestro hotel estaba a cinco minutos de la estación fuimos caminando hasta allí. Tras hacer el check-in y dejar las maletas, no pudimos evitar la tentación de darnos un baño en la piscina del hotel y relajarnos bajo el calor marroquí, asfixiante a cualquier hora del día.
Tras 2 días de comer y cenar casi siempre lo mismo (Tajine, couscus, o pollo), hoy nos salió la vena occidental y no pudimos evitar ir al Mc Donalds. Lo teníamos justo enfrente del hotel y no pudimos evitar la tentación. Nos supieron deliciosas las hamburguesas.
Tras la comida, nos fuimos a recorrer a pie la zona antigua de la ciudad, ubicada en torno a la plaza Lahdin. Esta plaza es el centro cívico de la ciudad, puerta de entrada a la medina y lugar de confluencia de cientos de personas, que van de un lado a otro.
Desde dicha plaza en dirección norte se encuentran las calles dedicadas al mercado, donde se puede encontrar cualquier cosa, y algunos monumentos importantes como la Gran Mezquita o el museo Dar Jamai. A diferencia de Fez, donde las calles eran muy estrechas y laberínticas, aquí las calles son anchas y se permite el tránsito de coches a ciertas horas.
Mucho más bonito que esta zona de mercado, sin demasiado interés, es la ubicada al oeste en dirección a la preciosa puerta de entrada a la ciudad Bab el-Khemis. Toda esta zona está llena de callejuelas de colores diversos, pequeñas plazas con encanto y alguna que otra tienda de artesanía o venta de alfombras tradicional. Esta es realmente la medina autóctona de la ciudad, que parece haber sido relegada a un segundo plano por su vecino barrio comercial. Aunque a nivel turístico, sin duda tiene mucho más encanto.
Regresamos de nuevo a la plaza Lahdin, desde donde nos dirigimos hacia el sureste, para contemplar la parte más conocida de la ciudad: su zona de palacios imperiales.
Aquí se encuentra el palacio de Bab Mansour y su preciosa puerta verde tan característica, la prisión de Kara justo detrás, el mausoleo de Moulay Ismail, el enorme Palacio Real totalmente amurallado (y no accesible para el turismo), los establos reales, cuya entrada es algo difícil de encontrar pero merece la pena o los bonitos lagos reales de Dar el Ma y Bassin Sahrij Swani, donde se puede dar un paseo mientras se contemplan los restos de los muros rodeándolos.
De lo mejor de la ciudad, sin duda, a pesar de no poder ver ningún edificio por dentro.
De regreso, cenamos en uno de los restaurantes de la plaza Lahdin, muy animada de noche.
Dia 4. Mulay Idris. Volubilis. Meknes
El día de hoy queríamos visitar la ciudad santa de Mulay Idris, importante centro de perigranaje en el mundo islámico por albergar el santuario del fundador de la dinastía Idrísida. Además de ser un centro religioso importante, es turística también por estar encaramada a una montaña y disponer de preciosas calles empinadas de diversos colores.
Llegamos a ella desde Meknes en apenas 20 minutos de coche, tras regatear el precio con el taxista. Previamente, y para evitar que te cobren lo que quieran, es importante informarse de los precios reales de los trayectos a realizar. Un trayecto de este tipo para un taxista les supone el sueldo de la semana, por lo que se pelearán por llevarte a cualquier sitio. Y si encima les dices que quieres ir a Volubilis después y por último de regreso a Meknes, estarán encantados y te tratarán como estupendamente. Y además te esperarán el tiempo que haga falta para que tú visites con tranquilidad lo que quieras. Así funciona aquí.
El paseo por Mulay Idris no fue como nosotros esperábamos, pues al poco de llegar se nos acercó un joven local que empezó a hacernos de guía por el pueblo, sin nosotros quererlo. Habíamos leído que era muy habitual esta actitud en la gente para ganarse un dinero, y la verdad es que en este pueblo, tras pensarlo un rato, nos pareció bien, pues es una ciudad laberíntica donde es difícil encontrar las zonas importantes y turísticas. Lo único malo es que al final de la guía turística, esperará una cierta cantidad de dinero que, casi siempre, será menos de la que él esperaba. Es aquí donde a veces se llega a un cierto momento de tensión porque se enfadará y comenzará a decirte que le des más dinero. Mi recomendación es mantener la paciencia y ser firmes, pues es un servicio que tú no has pedido. Eso sí, es mejor pagar en alguna zona con turistas o gente, por si las cosas se ponen algo feas.
Quitando esta parte negativa, la visita al pueblo nos encantó. Está lleno de callejuelas, escaleras de uno a otro lado, pequeños miradores naturales sobre el valle, tiendecitas en pequeños locales y casas con puertas, tejados y ventanas de colores, donde predomina el verde, color musulmán por antonomasia. Es un laberinto auténtico.
Tras un rato siguiendo a nuestro guía llegamos al mejor mirador de la ciudad, justo en la parte más alta. Imposible llegar sin él. Y mereció la pena, pues las vistas eran espectaculares.

Tras pagarle algo de dinero a nuestro ‘amigo’, nuestro taxista nos llevó al siguiente destino: las ruinas romanas de Volubilis, patrimonio de la Unesco desde 1997.
Son una de las ruinas romanas mejores conservadas del norte de África junto con algunas de Tunez.
Paseando por ellas se puede observar restos del foro, varios templos con columnas en buen estado, un arco del triunfo bien conservado y sobre todo, varias calles empedradas en buen estado, y al lado varias residencias y villas. En algunas de ellas se pueden observar mosaicos, atrios, columnatas, patios, baños y hasta tiendas.
Si estas ruinas estuvieran en otro país, probablemente sería uno de los lugares turísticos imprescindibles. Pero están en Marruecos, y apenas nos cruzamos con 2 o 3 grupos de turistas.
A la vuelta a Meknes, aprovechamos para despedirnos de la piscina de nuestro hotel. Y como estábamos cansados, cenamos en el restaurante y nos fuimos a dormir.
Dia 5. Rabat
En el día de hoy nos esperaba un nuevo trayecto en tren de 2 horas hasta la capital Rabat.
Llegamos sobre las 11:00, nos dirigimos al hotel a dejar las maletas y salimos raudos a patear la ciudad.
En Rabat nos esperaba el mausoleo de Mohamed V y la torre de Hassan primero; la Kasbah de los Udayas, los jardines andalusíes y la playa de Rabat después y la enorme Medina de la ciudad al final. Por falta de tiempo tuvimos que prescindir de las ruinas de Chellah, ubicadas a las afueras de la ciudad.
Toda la visita la hicimos a pie, pues las distancias son asumibles para un día entero.
Comenzamos acercándonos a la explanada del Mausoleo de Mohamed V, lugar donde se encuentra también la no terminada Torre de Hassan. Esta torre debía ser el minarete de la que iba a ser la mezquita más grande del mundo allá cuando comenzó su construcción (siglo XII), pero toda la obra se paró al morir el sultán que la ordenó levantar. Es por ello que este enorme complejo se compone de varias decenas de inacabadas columnas en perfecta formación. Al fondo del complejo se levanta el mausoleo de Mohamed V, el cual se puede visitar por dentro guardando el debido decoro, pues se trata de un lugar solemne y de respeto.
Desde aquí nos dirigimos a pie por el bonito paseo que hay siguiendo el cauce del río Bou Regreg, desde el que se puede ya contemplar una preciosa imagen de los muros de la Kasbah de los Udayas, justo al lado del mar.
En unos 20 minutos se llega a los jardines Andalusies primero y a la preciosa escalinata que da a parar a la puerta principal de entrada a ciudadela, la puerta Bab L’oudaya. Este es quizá el lugar más fotografiado de la ciudad. Los muros rojizos y marrones de la Kasbah están en bastante buen estado, y la vegetación de los alrededores, sobre todo palmeras, se nota que están cuidadas.
Una vez dentro de los muros de la Kasbah, el tiempo parece volver atrás.
Fuera dejamos una ciudad moderna, donde se nota inversión en infraestructuras, con gente vestida a la manera occidental, y calles tranquilas sin el caos de Fez o Meknes. Pero dentro volvemos a encontrarnos con la esencia de las medinas árabes: callejuelas pequeñas, sin orden aparente, casas con tejados planos y decenas de vendedores y tiendas. Aunque aquí hay una gran diferencia: todas las casas son de color blanco y las puertas y ventanas de color azul. Se nota el cuidado por mantener este peculiar colorido en la Kasbah.
También se nota que no hay ni la mitad de gente que en las medinas de Fez o Meknes, mucho más auténticas. Esta parece haberse ‘occidentalizado’.


Tras perdernos paseando por las callejuelas y hacer unas cuantas fotos, llegamos a un bar muy recomendable con unas vistas espectaculares hacia el mar, lleno de terrazas. Está lleno de turistas, claro, pero tomarse una cerveza allí, mola.
Otro lugar recomendable es la plataforma de los Oudayas, muy cerca y con buenas vistas también, tanto del mar como de la playa de Rabat, situada justo debajo. Es curioso observar desde allí de nuevo las diferencias culturales en lo que respecta a las playas: casi todas las mujeres llevan velo, hombres y mujeres se bañan vestidos, no existe la tradición de dejar la toalla en la arena para sentarse y tomar el sol, y los niños juegan a correr y saltar y no a construir castillos de arena.
Apenas nos quedaba una hora de luz por lo que decidimos volver al hotel atravesando la medina de la ciudad, de tamaño bastante considerable pero sin demasiado interés cultural o turístico, nos pareció como un mercadillo de un país occidental.
Ya en la avenida de Hassan II, la recorrimos hacia el suroeste viendo unos cuantos edificios bastante reseñables, como ministerios, hoteles o la estación de tren.
Rabat es una ciudad totalmente distinta a Meknes y a Fez. Mientras estas mantienen su gusto por la tradición y sus valores culturales e históricos (son mucho más distintas culturalmente hablando a ojos de un occidental),
Rabat es una ciudad moderna, más occidentalizada pero que a su vez también sabe sacar partido de su patrimonio.
Dia 6. Tanger
El día comenzó de nuevo yendo a la estación de tren hacia nuestro último destino: Tanger.
La ciudad vivió su momento álgido en la década de los 40, cuando se convirtió en centro diplomático y multicultural, hogar de artistas y millonarios huyendo de la guerra en Europa.
Hoy día es una ciudad abierta que sigue viviendo de dichos años gloriosos pero que mira a su vez al futuro buscando un nuevo turismo de sol y playa.
Al cabo de unas 2 horas de salir de Rabat, y de nuevo con gran puntualidad, llegamos a Tanger. Nos fuimos directos al hotel, dejamos las cosas, descansamos un poco y nos pusimos los bañadores. Hoy tocaba bañarse en el mediterráneo africano.
Habíamos leído que la ciudad estaba abriéndose al turismo de masas, y comprobamos que es cierto, al menos en la parte este de la ciudad. Nos acercamos a la playa Malabata y la playa Municipal, y en ambas se nota la construcción de edificios de apartamentos, decenas de hoteles, apertura de restaurantes y el cuidado de playas y paseos marítimos. Si a esto añadimos un agua cálida y una arena fina, creo que en unos años esto parecerá Benidorm.
Tras darnos un pequeño baño en la playa comimos en uno de los restaurantes de la zona.
A la tarde, y tras pasar por el hotel, darnos una ducha y cambiarnos de ropa, continuamos nuestra visita a la ciudad, esta vez por la parte vieja de la misma, en torno a la plaza 9 de abril. Los pocos restos del pasado de intrigas, espías y diplomacia que quedan en la ciudad se encuentran en torno al puerto, con edificios singulares como el hotel Continental o el café Paris.
Lo mejor y más bonito quizá es dejarse llevar por las callejuelas de la medina, no demasiado grande y llena de bastantes puestos al estilo occidental: locales bien separados y ordenados, con venta de productos de recuerdos principalmente y pocos artículos de artesanía local.
Dejamos para el final lo que, a la postre, más nos gustó: ver el atardecer desde un mirador elevado, cerca del café Hafa, con vistas al estrecho de Gibraltar y a la costa andaluza de España. El lugar se llenó de marroquíes viendo la puesta de sol y, quién sabe, si soñando un futuro mejor al otro lado del mar.

Dia 7. Vuelo Tanger-Madrid
Último día de viaje. Tristes por regresar pero con una sonrisa por la experiencia vivida. En mi segunda visita a este precioso país, me vuelvo a llevar una muy grata impresión del impresionante legado cultural de sus ciudades, tan distinto a nuestra cultura, de la calidez de sus gentes y de sus buenas perspectivas de futuro. Encima a un tiro de piedra de España y muy muy barato en comparación.
La comida, al igual que en mi anterior viaje, es lo peor de todo por ser muy repetitiva, en algunos casos con dudosa limpieza y dañina para nuestros sensibles estómagos occidentales. Salvo si vas a buenos restaurantes europeos, claro.