Países BÁLTICOS - 10 dias


Día 1. Vuelo Madrid-Frankfurt (Alemania). Coche a Heidelberg. Dormir en Heildeberg.
Día 2. Mañana en Heildeberg y Ladenburg. Tarde-noche en Frankfurt. Dormir en Frankfurt.
Día 3. Mañana en Frankfurt. Avión a Tampere (Finlandia). Dormir en Tampere.
Día 4. Tampere. Tren Tampere-Helsinki. Tarde-noche en Helsinki. Dormir en Helsinki.
Día 5. Mañana en Helsinki. Barco Helsinki-Tallin (Estonia). Dormir en Tallin.
Día 6. Visitar Tallin todo el día. Dormir en Tallin.
Día 7. Autobús Tallin-Riga (Letonia). Todo el día en Riga. Dormir en Riga.
Día 8. Autobús Riga-Vilnius (Lituania). Tarde-noche en Vilnius. Dormir en Vilnius.
Día 9. Mañana y tarde en Vilnius. Autobús nocturno a Varsovia (Polonia).
Día 10. Mañana y tarde en Varsovia. Vuelo de vuelta a Madrid.
No hay que perderse:
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Frankfurt. Sede del banco central Europeo su zona financiera llena de rascacielos es imponente. Oculta también un pequeño pero coqueto centro histórico al lado del río Main.
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Heidelberg. Sede de la primera universidad alemana, lo que más destaca en este ciudad es su romántico castillo dominando todo el pueblo sobre el río Neckar.
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Helsinki. Ciudad moderna cuya visita es recomendable hacer en primavera o verano.
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Capitales de ex-repúblicas soviéticas. Aunque Tallin es sin duda la mejor conservada y turística por el carácter medieval y estado de conservación, Riga y Vilnius poseen también suficientes argumentos para merecer una visita de al menos un día cada una.
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Varsovia. Totalmente destruida en la segunda guerra mundial, hoy día se encuentra totalmente restaurada y llena de vida en torno a la famosa plaza del Mercado.
Medios de transporte:
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Furgoneta de alquiler en Alemania para 2 días.
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Avión low cost Frankfurt-Tampere.
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Tren Tampere-Helsinki.
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Barco Helsinki-Tallin.
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Autobús diurno entre capitales bálticas. Tallin, Riga, Vilnius.
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Autobús nocturno entre Vilnius y Varsovia.




Día 1. Vuelo Madrid-Frankfurt (Alemania). Coche a Heidelberg. Dormir en Heildeberg.
Cuando uno es joven y tiene ansias de conocer mundo, sólo ve la parte positiva de ir a múltiples destinos en un mismo viaje. En este caso, los ‘múltiples destinos’ son varios países, pasando 1 o 2 días como mucho en cada uno. Éste es un viaje locura que no recomiendo salvo que, como en nuestro caso, se junten un grupo de amigos de culo inquieto, se tenga poco dinero y las carambolas de los vuelos ‘low cost’ te lleven de un lado a otro a precios de risa.
En este época de Ryanair, Easyjet y compañía con vuelos a 30-40€, es más fácil y barato ir de un país a otro con escalas que ir, por ejemplo, a las islas Canarias en un solo vuelo.
A lo que comenzó con el objetivo de conocer las 3 ex repúblicas soviéticas bálticas, se le fue añadiendo por el camino un poquito de Alemania, un poquito de Finlandia y otro poquito de Polonia.
Para hacer partícipe a todo el mundo de la organización del viaje (algo recomendable cuando el grupo es grande), decidimos como líder de la visita de cada ciudad a una o dos personas. Lo que esa persona decidiera, sería lo que se haría ese día.
Y para tratar de abaratar costes, cada uno de los integrantes del grupo llevamos algo de comida española (‘typical’ chorizo, jamón, atún y demás viandas ricas ricas).
La logística en este tipo de viajes es importantísima, pues un cambio de horario, un retraso, una cancelación de algún transporte, y todo el viaje se va al carajo. Por suerte esto no pasó, y para ello lo que hicimos fue llevar reservado la mayoría de transportes grandes entre ciudades (autobuses, barco y aviones), y estudiado los transportes menores del tipo Estación/Puerto-alojamiento o como ir/venir a los distintos aeropuertos. Esto es fundamental y más si se viaja en un grupo tan grande, donde existe la posibilidad de que no haya plazas para todos en alguno de los viajes.
Nuestro viaje comenzó con un vuelo hasta Frankfurt, donde aterrizamos sobre las 15:00. Como disponíamos de 2 días hasta poder volar a Finlandia a precios mega baratos, decidimos dedicar uno de ellos a conocer la turística ciudad de Heildelberg y el otro la capital económica de Alemania. Nada más llegar, recogimos la furgoneta de alquiler que teníamos reservada, previa espera infernal en el mostrador, y pusimos rumbo a Heildelberg, a unos 60 minutos.
Nada más llegar fuimos directos al albergue que habíamos reservado para hoy, dejamos las cosas y nos dirigimos a la plaza del Mercado, en el mismísimo centro del centro histórico, donde nos tomamos unas enormes cervezas sentados en una terraza desde la que contemplamos la preciosa Iglesia del Espíritu Santo, el Ayuntamiento o la preciosa casa Zum Ritter, conocida por ser una de las más antiguas de la ciudad. Esto sí que era una buena manera de comenzar el viaje.
Tras recuperar fuerzas, hicimos algo de turismo paseando por la larguísima calle Haupstrasse y sus calles aledañas y pasamos por el puente de Carlos Teodoro atravesando su original puerta de entrada, hasta el otro lado del río Neckar. Desde allí las vistas de la ciudad son muy buenas. Aunque mejores lo son desde el Paseo de los Filósofos, colina arriba. Ésta es una senda al otro lado de la ciudad desde la que se tienen las mejores vistas de la ciudad, con su imponente castillo en lo alto de la colina justo enfrente.
Desde allí pudimos ver un bonito atardecer. Ya entrada la noche, nos metimos en uno de los muchísimos restaurantes de la zona para probar las típicas salchichas alemanas. Precios populares tanto en la comida como en la cerveza de medio litro. El viaje comenzaba estupendamente.
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Día 2. Mañana en Heildeberg y Ladenburg. Tarde-noche en Frankfurt. Dormir en Frankfurt.
El segundo día amanecimos prontito, pues el día anterior habíamos sido buenos y no salimos de fiesta.
Como el día anterior habíamos visto el centro histórico de la ciudad, queríamos dedicar toda la mañana a visitar el icónico castillo de la ciudad, pues no nos habíamos olvidado de él.
Tras aparcar la furgoneta en un parking de la zona baja, subimos por las largas escaleras que llegan a la entrada principal y pagamos las entradas, tras descansar 5 minutillos. Debido a esta larga y extenuante subida existe la posibilidad de subir en un funicular por un módico precio.
El origen del castillo data del siglo XII, y como todos los castillos de la época pasó por diversas fases, incluyendo guerras y reconstrucciones, que no voy a contar aquí ya que no es el objetivo de este diario.
En realidad se trata de un castillo en ruinas su mayor parte, debido al abandono que se produjo tras el gran incendio que hubo en el siglo XVIII. Aun así, el castillo merece mucho la pena por las curiosidades que alberga dentro de sus edificios interiores así como también porque sus murallas, aunque ruinosas muchas de ellas, te dan una idea de la grandiosidad e importancia que tuvo en el pasado. A destacar, sobre todo, el Patio de Honor con las diversas fachadas renacentistas de los edificios que lo rodean, el Museo de la Farmacia o el enorme Gran Barril, el mayor del mundo, que servía para dar de beber a los invitados en las numerosas fiestas que se ofrecían en el pasado.
Preciosos también son los grandísimos jardines que rodean el castillo, llenos de estatuas, fuentes decorativas y unas vistas panorámicas de toda la ciudad de Heildelberg y el bello entorno que la rodea.
Bajo mi punto de vista, lo mejor del castillo son sus jardines y el entorno donde se encuentra.
Tras la visita, que nos llevó cerca de 2 horas, nos acercamos a la ribera del río Neckar, toda zona verde donde la gente aprovecha días de sol como éste para hacer deporte, sacar el perro a pasear, comer o simplemente dar un paseo. Lo vimos claro y no dudamos en sacar la comida que llevábamos y montar un picnic en el césped.
Comida rica, barata y calorcito. Y momento pancho con un perro culebrilla que no paraba de moverse de un lado a otro con mucho nervio. Nos recordó a alguien del grupo, jaja.


Tras echar un sueñecito reparador, pusimos rumbo de vuelta a Frankfurt, aunque antes paramos en el pequeño pueblo de Lademburg, uno de los más bonitos de la zona por su marcado carácter medieval, lleno de casas de madera y con bonitos colores.

Tras echar un par de horas por la zona, pusimos rumbo a Frankfurt, donde nos estaba esperando, para nuestra sorpresa, un fiestón en las 2 orillas del río Main, muy próxima a los altísimos rascacielos donde se encuentra por ejemplo la sede del Banco Central Europeo, entre otros. Como no podía ser menos, algunos intrépidos subimos a uno de ellos para observar todo el skyline de la ciudad, incluyendo la zona financiera con sus diversos rascacielos, la pequeña parte antigua o los barrios periféricos.
Ya abajo, fuimos directos a la fiesta. Multitud de puestos de comida y bebida, algunos escenarios con música, gente bailando (raro para ser Alemania), buen tiempo y mucha gente con ganas de pasárselo bien. ¿Qué más se puede pedir?
Lo curioso es el nombre de la fiesta (fiesta de los Museos), pues no tiene nada que ver con la que se monta en la ciudad. Como no podía ser menos, empezamos con la cerveza a tamaños industriales, las salchichas, el chucrut y a pasear nuestra alegría española.
La fiesta acabó bastante pronto para nuestros estándares españoles, por lo que acabamos tomando la penúltima y la última en nuestro Hostel al ritmo de una guitarra española que tenían colgada en las paredes y algunos tíos que, como nosotros, querían algo más de marcha.
La última foto que nos hicimos fue para recordar.



Día 3. Mañana en Frankfurt. Avión a Tampere (Finlandia). Dormir en Tampere.
A pesar de que nos acostamos tarde y con varias cervezas de más, nos sentíamos fuertes para visitar la Old City de Frankfurt (bueno también algunas de nuestras amigas nos metieron la debida caña con frases como ‘a las duras y a las maduras’, ‘el hostel hace el checkout a las 11:00’ o cosas así).
En fin, que no nos quedó otra que visitar la ciudad antigua. Totalmente reconstruida tras la segunda guerra mundial, hoy día es un conjunto de bonitas casas medievales, palacios, algunas callejuelas pintorescas y varias plazas llenas de vida, tiendas de productos locales y gente yendo y viniendo. La catedral, imponente, es de lo mejor de esta parte de la ciudad.
Comimos de nuevo un buen plato de salchichas y/o codillo con sus correspondientes patatas o verduras y su buena dosis de cerveza, típico alemán, a modo despedida.
Dejamos la furgoneta en el aeropuerto y a esperar a coger el avión, que salía a las 17:35.
El vuelo, sin incidentes y puntual, llegó a Tampere, Finlandia, a las 21:15. Desde allí tomamos el bus que te lleva del aeropuerto a la ciudad, con puntualidad escandinava.
Estábamos en el alojamiento sobre las 22:30. A estas horas ni que decir tiene que no había un alma por la calle y hacía un frío de cagarse. Por suerte habíamos contemplado esta situación y seguíamos teniendo reservas de comida, por lo que cenamos en nuestro apartamento tan ricamente.
En países nórdicos y germánicos los alojamientos suelen ser casi siempre grandes, con espacio de sobra y con una mesa, una pequeña cocina, un lavabo o, como fue nuestro caso, varias mesas para cenar. Son más parecidos a apartamentos que a habitaciones de hotel tal y como los conocemos en España. Y esto independientemente del precio. Tras la cena algunos intrépidos nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad buscando algún alma por la calle o simplemente respirar aire puro y contemplar las estrellas. Aunque no encontramos a nadie por la calle, sí que nos pudimos tomar una cerveza en un pub donde había varios finlandeses. Increíble pero cierto.
Día 4. Tampere. Tren Tampere-Helsinki. Tarde-noche en Helsinki. Dormir en Helsinki.
Por la mañana teníamos planeado un plan típico finlandés: baño en lago helado y sauna. A unos 15 minutos de nuestro alojamiento nos acercamos al lago más próximo (en Finlandia, tierra de los 1000 lagos, hay por todos lados). Existen multitud de lagos como éste donde se ubican pequeños edificios con vestuarios y saunas al lado de las orillas. No existen grandes infraestructuras ni personal dedicado ni servicios. Solo la sauna, la taquilla y en este caso, una escalera desde donde meterse en el agua. Todo gratis y muy familiar, además de limpio y cuidado, pues los finlandeses tienen un civismo asombroso.
Sin pensarlo demasiado nos pusimos los bañadores, nos quitamos la ropa y nos fuimos directos al agua. Un par de brazadas, unas fotos, los más atrevidos un par de largos, y de vuelta corriendo a la sauna. El frío era bastante importante y nuestros cuerpos poco acostumbrados no estaban para mucho nadar en el agua gélido.
Experiencia recomendada para todo visitante a Finlandia, aunque solo sea un chapuzón rápido.


A las 15:00 de la tarde salía nuestro tren hacia Helsinki y allí estábamos puntuales tras desayunar en nuestro hotel. El tren, de nuevo puntual, llegó a la capital a las 16:30. De la estación de tren tomamos un autobús de línea que nos llevó en unos 10 minutos a nuestro curioso alojamiento para esta noche: el Stadion Hostel, ubicado en el mismo estadio de atletismo donde se celebraron los ya lejanos juegos olímpicos de 1952. Buena forma de darle valor al estadio, sí señor.
Tras dejar las cosas en el hotel, salimos a conocer la ciudad. Al ser bastante pequeña lo mejor y más recomendable, siempre que el tiempo lo permita, es conocerla a pie, al menos el centro.
Desde el estadio, andando, pasamos por el edificio de la Ópera Nacional, al lado del lago Töölön; el monumento a Sibelius del tranquilo parque Sibeliuis; la iglesia de piedra (ó Temppeliaukion Kirkko), una de las iglesias más curiosas del mundo, oculta bajo un montículo de piedras y poseedora de una increíble acústica y los bonitos edificios de los museos HAM y Ateneum, hasta llegar al centro de la ciudad representado por la plaza del Senado y la Catedral de Helsinki, imponente tanto por su ubicación en lo alto de una colina, accesible por una serie de largas escaleras, como por su color, blanco.

En dirección al mar, nos encontramos la plaza del Mercado, en pleno embarcadero y desde donde se puede contemplar el puerto de la ciudad, más al sur. En este lugar suele haber un mercado de pescado bastante curioso ciertos días de la semana.
También interesante resulta la esbelta silueta de la Catedral Uspenski, de color rojizo ladrillo, ubicada en la cercana isla de Katajanokka.
Tras pasear por todas estas zonas durante unas 3 horas, no tuvimos más remedio que refugiarnos en un pub, pues lo que comenzó siendo una fina lluvia se convirtió en una lluvia torrencial. Helsinki, como otras ciudades por estas latitudes, está muy preparado para el frío y la nieve, por lo que dispone de una serie de túneles que conectan unas calles con otras, con accesos directos a centros comerciales, mercados, y locales de todo tipo. En días extremos, no es necesario salir a la calle salvo para lo imprescindible.
La verdad es que la ciudad no nos pareció gran cosa, pues salvo las 2 catedrales, el resto de edificios no tienen demasiado interés, y menos cuando el tiempo no acompaña y no hay nadie por las calles.
Como la lluvia no remitía, las cervezas se nos acababan, estábamos calados y no nos apetecía ponernos a buscar un restaurante para cenar, decidimos tomar el bus de vuelta al Hostel, donde nos daríamos de nuevo una cena española calentitos y nos echaríamos unas cartas y unas risas.
Día 5. Mañana en Helsinki. Barco Helsinki-Tallin (Estonia). Dormir en Tallin.
La mañana de hoy la teníamos dedicada a la fortaleza de Suomenlina. El día anterior no nos habíamos llevado demasiado buena impresión de la ciudad, tanto por el tiempo como por lo que vimos, y por lo que habíamos leído esta fortaleza ubicada en un islote a la entrada de la ciudad sí que merecía la pena.
Y una vez vista entera, y sin lluvia, he de decir que sí que merece la pena, aún sin ser la repera.
Para llegar a ella hay que tomar un barco desde uno de los embarcaderos de la ciudad, previa compra de la entrada allí mismo. Al no ser temporada alta, no hubo problemas con ello.
Al llegar a la isla, o mejor dicho al complejo de islas que componen Suomenlina, se ha de seguir a pie el mapa que te dan con la entrada para visitar lo que se quiera o pueda visitar, pues no todo en la isla es visitable (hay algunos edificios gubernamentales, pabellones y zonas militares).
El complejo es bastante grande, por lo que hay que hacerse a la idea de que al menos es necesario 2 o 3 horas para llegar al final del complejo, que es donde están las baterías antiaéreas y la fortaleza propiamente dicha, bajo mi punto de vista lo más representativo del lugar. En ellas se pueden observar los refugios, las zonas de control, varios cañones, algunos embarcaderos, las defensas camufladas en pequeñas colinas y varias zonas amuralladas. Otro punto de gran interés es sin duda el submarino Vesikko, ubicado en la orilla de una pequeña playa en lo alto de unas losas de granito.


Tras la visita al complejo, regresamos de nuevo a la ciudad de Helsinki, en concreto al puerto desde el que teníamos que tomar el barco que nos iba a llevar, atravesando el mar Báltico, hasta la ciudad de Tallin, ubicada justo al otro lado del Golfo de Finlandia.
Los billetes, al ser un grupo tan grande, los teníamos ya comprados desde España.
Tras la habitual espera hasta la hora de partida y el propio embarque, el barco salió de nuevo puntual.
El barco, para mi sorpresa, no era el típico barquito de una o dos plantas con una serie de sillas hacinadas en filas en cada una, sino que era más parecido a un transatlántico o un crucero. Disponía de al menos 8-10 plantas, zona de transporte de vehículos pesados y no pesados, varias plantas con camarotes privados, zona comercial y de ocio, bares y restaurantes y hasta una preciosa zona acristalada en la proa del mismo, con vistas a todo el mar por el que íbamos navegando, donde hicimos nuestro campamento donde algunos echaron un sueñecito, otros jugaron a cartas y todos dejamos nuestros abrigos y mochilas.
Los más intrépidos, donde me incluyo, nos fuimos a investigar todos los recovecos visitables del buque, desde la cubierta donde hacía un frío invernal hasta la zona de transporte de mercancías, pasando por el bar donde se podía encontrar todo tipo de bebidas alcohólicas, donde con mucha diferencia ganaban los estantes de vodka.
Tras un largo trayecto de unas 3 horas, llegamos a nuestro destino: Tallin, capital de Estonia.
¡Por fin estábamos en una de las ex-repúblicas soviéticas!
Al llegar al puerto de Tallin, ya de noche, nos fuimos a una casa de cambio para tener algo de efectivo, siempre necesario. Al ser un grupo tan grande las siempre abusivas comisiones eran menores al distribuirse entre todos, por lo que preferimos ahorrar tiempo y no buscar demasiado. Fuimos a la primera que vimos en el puerto.
Después nos dirigimos directos a nuestro alojamiento para las 2 próximas noches: el Hostel City Guesthouse, muy cerquita del centro histórico de la ciudad, y a unos 15 minutos a pie del puerto.
Tras dejar las cosas en el alojamiento y pegarnos una ducha, nos preparamos para salir a conocer la noche en la ciudad y cenar algo. Nada más salir a la calle llama la atención la diferencia con respecto a Finlandia, pues aquí si vimos bastante gente por la calle a pesar del frío y bastante ambiente por la plaza del Ayuntamiento, con varios restaurantes y locales de música abiertos.
Cenamos en uno de los que vimos que aceptaban tarjeta (pues no disponíamos de coronas estonias), y comprobamos que también los precios son distintos, mucho más baratos incluso que en España. Tras la cena buscamos un bar donde poder tomar una copa y escuchar algo de música, pero enseguida nos dimos cuenta de que el ambiente no era el que esperábamos. En 2 bares que entramos estaba todo lleno de gente muy rara, en su mayoría mayor de 40 ó 50 años, solitarios, bebiendo algo (vodka) en pequeños vasos, sin música o con música muy bajita y todos mirándonos nada más entrar pues llamábamos la atención.
Eran como locales donde emborracharse sin más. No nos dio muy buena espina por lo que decidimos irnos a descansar al hostel ya que el día de viaje nos había pasado factura.
De camino, como para corroborar nuestros presagios, nos encontramos con algún que otro borracho que se nos encaró. Menos mal que éramos un grupo grande.
Día 6. Visitar Tallin todo el día. Dormir en Tallin.
Tras la mala imagen que nos llevamos el día anterior de la noche en Tallin, no podíamos crear que esta ciudad Patrimonio de la Unesco no fuera lo espectacular que habíamos leído y visto en fotos.
Por ello quisimos comenzar el día con buenas sensaciones. Nos cogimos los bañadores y, valientes, nos dirigimos a bañarnos en la playa Pirita, la playa más conocida de la ciudad. Para llegar a ella cogimos un autobús que, en escasos 10 minutos, nos dejó en la misma playa. Cierto es que no esperábamos mucha gente, pero la verdad es que no encontramos ni un alma. Aquí no hay cultura de playa, ni obviamente el sol y la temperatura de otras latitudes más mediterráneas.
Aun así quisimos bañarnos pues, ¿quién puede decir que se ha bañado en el Mar Báltico?
A diferencia del lago de Tampere, aquí el agua estaba muchísimo menos fría por lo que se puede decir que el baño fue hasta agradable y no tuvimos que salir corriendo del agua.
Tras las oportunas fotos chorras del momento, nos secamos y regresamos de nuevo al alojamiento para cambiarnos de ropa y, esta vez sí, ir a conocer el famoso centro histórico de la ciudad, uno de los iconos medievales europeos por su estado de conservación. Y es cierto que es espectacular.
La ciudad antigua está totalmente amurallada y conserva aún varias torres y puertas de entrada. En la parte central destaca sin duda la plaza del Ayuntamiento (Raekoja Plats), con el propio edificio del Ayuntamiento en el centro rodeado de multitud de calles y callejuelas hacia todos lados, como el callejón del Pan o las calles Pikk o Lai. Cada cual es más pintoresca y la mayoría están llenas de edificios de colores, casas de varias alturas de madera (donde destacan sin duda ‘las 3 hermanas’) y locales de todo tipo en la parte baja.
Existen multitud de leyendas y curiosidades como el reloj más antiguo de todo Estonia.
Por toda esta zona lo mejor es perderse e irte sorprendiendo con lo que te vas encontrando, como por ejemplo la farmacia más antigua de Europa (Raeapteek), del siglo XV.



En la zona noreste de la ciudadela destaca la iglesia de San Olaf, el Museo Marítimo ubicado en la enorme torre llamada ‘Gorda Margarita’ o la puerta de Rannuvärav, que daba entrada a la ciudad desde el puerto.
Al norte destaca la plaza de las Torres, zona ajardinada junto a las murallas donde se pueden observar 2 de las mejores torres de la ciudad. Otro punto para no perderse es la magnífica Puerta de Viru, ubicada al sur de la ciudad vieja. Por esta zona es también de interés el pasaje de Santa Catalina (Katariina Käik) o el Patio de los Maestros, con un muy destacado ambiente medieval lleno de puestos de artesanía y artistas variopintos.
Por último, en la parte oeste destaca un promontorio enorme, la colina Toompea, rodeado de una muralla, donde se ubica el castillo, además de una serie de museos y edificios singulares, donde destaca la preciosa y llamativa catedral ortodoxa rusa de Alexander Nevski, magnífico edificio de colores blanco, rojo y negro que destaca como uno de los edificios más representativos de la ciudad.
Visitar toda la parte antigua comentada puede llevar unas cuantas horas, incluso días si además se quieren visitar museos u otras zonas de interés de la ciudad, pues haberlas las hay.
En nuestro caso sólo teníamos un día por lo que os dimos por satisfechos con patear a pie todo lo comentado, que no es poco. La verdad es que es una ciudad única, ideal para un fin de semana.
Para culminar nuestra estancia en Tallin teníamos reservado (con bastante antelación, todo sea dicho), la cena en el restaurante más famoso de la ciudad: Olde Hansa. Conocido por sus menús medievales, conciben el hecho de ir a comer allí como una completa fiesta medieval. Mesas de madera, jarras de cerveza e hidromiel en tarros, iluminación tenebrosa, camareros disfrazados, música en directo, y menús y platos medievales, todo ello en un local con varios siglos de historia.

Aunque apunto estuvimos de no poder cenar, pues llegamos tarde a nuestra reserva y ya no nos querían atender. Tras mucho rogarles, nos dejaron entrar aunque no en el salón principal, sino en uno secundario con menos gente y menos barullo. A pesar de ello, probamos todos los mejunjes que nos trajeron, fueran bebidas o comidas, y lo pasamos en grande. De nuevo, experiencia totalmente recomendable, ya no sólo por el local, sino también por la comida y la forma que tienen de servirla.
A pesar de la mala experiencia del día anterior, decidimos probar fortuna con algún otro bar de la zona, y esta vez tuvimos mejor suerte, pues encontramos uno con música actual, gente normal, precios normales y donde incluso podíamos bailar pasando inadvertidos. ¡Buen fin de fiesta en Estonia!
Día 7. Autobús Tallin-Riga (Letonia). Todo el día en Riga. Dormir en Riga.
El autobús a Riga salió puntual a las 7:00, por lo que nos tocó de nuevo pegarnos el madrugón y acordarnos de por qué demonios no nos tomamos la última un poco antes. Desayuno a la carrera, hacer la mochila, y corriendo a la estación de autobús. Por los pelos pero subimos.
Por suerte, el trayecto era largo (4:30 horas), por lo que pudimos continuar soñando en el incómodo asiento del autobús.
Eran las 11:30 cuando el autobús llegó a la estación de buses de Riga, la capital de Letonia.
¡El segundo país ex-república soviética nos esperaba!
De nuevo lo primero que tuvimos que hacer al llegar fue ir a una oficina de cambio, esta vez a cambiar Lats letones, y de nuevo pagando comisiones abusivas. No había otra opción pues no en todos los sitios aceptan tarjeta de crédito, y siempre es conveniente llevar algo de efectivo.
La estación está al este del centro histórico, por lo que tuvimos que tomar otro bus para llegar a nuestro alojamiento, ubicado al lado del centro. Al llegar al mismo nos dimos cuenta que éste iba a ser el peor albergue del viaje, por desgracia. Sucio, descuidado y con malos olores. Uarrgh. Es el riesgo de viajar de tipo backpacker (aunque todo sea dicho, no es lo normal). Dejamos las cosas y nos dispusimos a visitar la capital letona durante todo el día.
Lo primero que hay que decir de Riga es que el casco antiguo es mucho más pequeño y menos pintoresco que el de Tallin. Aunque al igual que éste, está declarado Patrimonio de la Unesco desde el mismo año, 1997. Ubicado en la orilla derecha del río Daugava y a escasos 15 kilómetros de su desembocadura en el mar Báltico, su visita se puede hacer en 1 día sin problemas.

El punto de interés principal es la plaza del Ayuntamiento o Râtslaukums, donde se encuentra la curiosa casa de los Cabezas Negras, sede de una hermandad de comerciantes de la Edad Media y hoy día sin duda el punto más fotografiado de la ciudad. Junto a ellas se encuentra la Iglesia de San Pedro y el Museo de la Ocupación de Letonia como puntos de mayor interés. Paseando por las calles aledañas se encuentran otros puntos recomendables como la catedral de Riga (iglesia medieval más grande de los países bálticos); las Tres Hermanas (Tris Brâi), casas de origen medieval, las más antiguas de la ciudad; el castillo de Riga, hoy día residencia presidencial sin interés turístico; la puerta Sueca (Zviedru Vârti), única puerta de entrada conservada de la antigua muralla o la torre de la Pólvora (Pulvertornis), una de las torres originales de la muralla.
En poco más de una mañana se puede hacer todo este recorrido, por lo que lo tomamos con tranquilidad, disfrutando del soleado día que tuvimos y tomando alguna que otra cerveza en alguno de los bares de la zona. La comida la hicimos en un restaurante letón cercano al parque Bastejkalna y al monumento a la Libertad ubicado en dicho parque. Una de las mejores comidas de todo el viaje. Y además, barato, precio letón.
Y para rematar le echamos el ojo a un garito al que volvimos por la noche y donde había montada una buena fiesta. Ambiente súper animado, gente muy bailonga, copas y cervezas baratas. Y de nuevo nuestras experiencias para recordar con mi amigo inglés Jack Jones (como mi camiseta de esa noche) o alguna letona desinhibida y con ganas de arrimarse y que la arrimaran.
De nuevo lo dimos todo sin pensar en el día siguiente. Fiesta a tope.


Día 8. Autobús Riga-Vilnius (Lituania). Tarde-noche en Vilnius. Dormir en Vilnius.
Tras dormir escasamente 3 o 4 horas, desayunamos lo que pudimos en el hostel y nos fuimos pitando hasta la estación de autobuses que ya conocíamos del día anterior. A las 9:30 salió el autobus de Eurolines que nos iba a llevar, en unas 4 horas, a la última de las capitales bálticas: Vilnius, en Lituania.
Llegamos a la ciudad más que cansados sobre las 13:30, pero con ganas de nuevo de ver todo lo posible de la ciudad. La estación de autobuses se encuentra al sur, muy próxima a la puerta de la Aurora y a escasos 5 minutos de nuestro albergue para esta noche.
Disponíamos de toda la tarde, la noche y la mañana siguiente.
A diferencia de Riga o Tallin, el centro histórico de Vilnius es un poco más grande, y los puntos de interés de la ciudad se encuentran un poco más diseminados por todos lados, por lo que es más difícil ver todo en 1 día escaso que íbamos a estar. Aun así, queríamos aprovechar al máximo.
Como siempre nos fuimos al albergue a dejar las cosas y, desde allí mismo, nos fuimos a patear la ciudad antigua, que se encontraba a escasos 5 minutos a pie. Es lo bueno que tienen estos albergues juveniles, casi siempre tienen una ubicación perfecta en el mismísimo centro de la ciudad, muy cerca de la puerta de la Aurora.
Como ya se nos había hecho tarde para buscar algún restaurante para comer, decidimos comer en el mismo albergue, pues disponía de salón y cocina amplios, además de una terracita muy agradable donde estuvimos echando un buen rato con unas cervezas lituanas en la mano.
Tras la comida y el descanso, nos fuimos a pasear por la ciudad con el objetivo de recorrer la parte al sur y al oeste de la plaza de la catedral, centro neurálgico de la ciudad.
Nuestra visita comenzó entrando a la ciudad por la puerta de la Aurora (Ostra Brama), antigua puerta de entrada a la ciudad cuando ésta disponía de muralla allá por el siglo XVI. Desde allí, siguiendo rectos por las calles Ausros Vartu y Didzioji, se llega al Ayuntamiento, de estilo neoclásico.
Siguiendo al norte se llega a la comercial y siempre animada calle Pilies, llena de restaurantes y tiendas. Aquí ya se va notando mucho más ambiente, hasta llegar a la enorme plaza de la Catedral, que destaca por su campanario neoclásico separado del cuerpo principal (tiene un cierto aire a la torre de Pisa), con un interior blanco, sobrio y sin apenas decoración.

Cuál fue nuestra sorpresa que encontramos en esta plaza un escenario donde empezaba un concierto a la noche, y la larguísima calle Gedimino, al oeste, llena de casetas de comida, bebida y tiendas de artesanía y souvenirs. Todo estaba lleno de gente, un ambiente súper animado y música en directo. ¿Qué más podíamos pedir? Nos metimos de lleno en el ambiente festivo de la ciudad (no teníamos ni idea de qué celebraban, pero nos daba igual, la verdad) y pasamos la tarde y noche de risas, bebiendo vodka y cerveza artesanal y haciendo amig@s lituanos.
Día 9. Mañana y tarde en Vilnius. Autobús nocturno a Varsovia (Polonia).
Una vez conocida la parte festiva de la ciudad, hoy dedicamos el día a conocer la parte cultural.
Y lo primero que hicimos fue ir directos al museo del Genocidio y KGB, ubicado en la calle Gedimino. Se trata de una visita totalmente recomendable si te interesa el mundo de los espías y la KGB en particular.
El museo dispone de multitud de salas con información y objetos de la época de la guerra fría. Está muy bien documentada y expuesta de tal forma que te hace meterte de lleno en cómo fue el mundo del espionaje.
Como punto fuerte dispone también de una cárcel con celdas en las que puedes entrar y sentir en cierta manera la falta de libertad de los presos.


Tras la visita al museo, algo alejado del centro, nos fuimos hacia la parte este de la plaza de la catedral, en concreto al parque donde se encuentran la torre Gediminas (parte de la antigua muralla), el Museo Nacional de Lituania, los Arsenales o el Palacio de los Duques de Lituania. Ésta es la zona más monumental de la ciudad, si no hablamos de iglesias.
Porque Vilnius tiene un centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad principalmente por el cúmulo de iglesias de todos los tipos, colores y épocas que posee. Hay góticas, neoclásicas, renacentistas y, sobre todo, barrocas. Si no te gustan demasiado las iglesias, como es mi caso, quizá no te guste demasiado la ciudad, pues es la principal atracción turística.
Desde esta zona subimos a las famosas Tres Cruces, símbolo de la ciudad y desde donde se observa una bonita panorámica de la ciudad, tras una subida de unos 20 minutos por el parque Kalnai.
Bajando hacia el sur, en dirección al barrio de Uzupis, se llega a la zona donde se encuentran las, bajo mi punto de vista, mejores iglesias de la ciudad: la iglesia gótica de Santa Ana, de color rojizo muy llamativo en su exterior; la iglesia barroca de San Pedro y Pablo, con un precioso interior lleno de miles de detalles de estuco ocupando paredes, techos y columnas y la sobria y esbelta Catedral Ortodoxa. Hay otras iglesias ‘menores’ por toda la ciudad: San Nicolás, San Casimiro, Santa Teresa, la Trinidad, etc. Cada una con su estilo y el interés que tenga para cada uno.
La última visita la dedicamos al extraño barrio de Uzupis, ubicado ‘al otro lado del río’.
Se trata de una zona auto declarada República Independiente, con constitución propia (y muy extravagante), famoso por la cantidad de artistas que lo habitan y por su aire bohemio y ensoñador. También es conocido por ser el lugar donde se refugiaron miles de judíos durante la segunda guerra mundial. A nivel turístico, la verdad es que no me pareció que tuviera gran interés, salvo algunos bares y la zona cercana al río Vilna.
Tomamos la última cerveza lituana a orillas del río, y nos comenzamos a despedir de la capital lituana.
El autobús nocturno que nos debía de llevar a Varsovia salía a las 21:20, y nos presentamos en la estación de buses sobre las 20:30, con tiempo suficiente por si acaso.
Y este tiempo de adelanto al final hubiera sido mejor no tenerlo ya que tuvimos la experiencia desagradable del viaje, aunque por suerte acabó bien.
Resulta que compramos unas cervezas para hacer la espera más agradable, y estábamos bebiéndolas entre todos en la terminal de autobuses, cuando de repente se aproximaron dos agentes de seguridad y, sin mediar palabra, cogieron a uno de mis amigos que estaba bebiendo la cerveza en ese momento y se lo empezaron a llevar agarrándole por los brazos. No tenían ni papa de inglés y, por señas, entendimos que estaba prohibido beber en la calle y por eso se lo llevaban. Los modos que tenían los gorilas no nos convencieron así que unos empezamos a protestar mientras se lo llevaban a una sala y otros fuimos a preguntar en la estación por si existía tal prohibición y también para saber dónde estaba la comisaría más cercana. Ni había prohibición de beber en la calle ni nadie conocía a los gorilas de seguridad.
Tras vivir unos momentos de cierta tensión al no aparecer nuestro amigo, éste apareció al cabo de unos 15 minutos, y nos contó lo que había pasado. Los agentes de seguridad sólo querían dinero y para ello le amedrentaron en una sala. Por suerte mi amigo sólo tenía 100€, que les dio y al parecer se vieron satisfechos y le dejaron salir. Por suerte ahí quedó la cosa pero el susto de la mala experiencia ya no se lo quitaba nadie. Investigando a la vuelta descubrimos que este tipo de sobornos y extorsiones es lo más común del mundo en casi todos los países del este de Europa, vinculados a Rusia, y no solo con turistas, sino con los propios ciudadanos. Si quieres que el médico te atienda antes, tienes que pagarle; si quieres que la policía no te multe, tienes que pagarle. Así funcionan aquí las cosas, por lo que hay que ser muy precavido.
Tras este incidente, nos subimos con bastantes ganas al autobús para dejar cuanto antes esta ciudad y, con suerte, poder descansar un rato en el largo trayecto que nos esperaba.
Día 10. Mañana y tarde en Varsovia. Vuelo de vuelta a Madrid.
El autobús llegó a la terminal de Varsovia sobre las 7:30 de la mañana, tras unas 10 agotadoras horas en las que apenas dormimos algunas horas sueltas entre parada y parada.
Nuestro tiempo en Varsovia se reducía a unas 12 horas, sin alojamiento donde descansar ni pegarnos una ducha. Pero como todo en este viaje relámpago, lo afrontamos con optimismo y viendo siempre el vaso medio lleno en lugar de medio vacío. ¿Quién sabe si volveríamos a esta ciudad alguna vez?
Obviamente no nos daría tiempo a ver todo lo que tiene que ofrecer esta ciudad, que es mucho, por lo que elegimos lo que más nos interesaba: algunos puntos sobre la guerra mundial y el centro histórico.
Para empezar dejamos todo el equipaje bajo llave en las taquillas de la estación. Las recogeríamos a la vuelta, camino al aeropuerto. Y lo primero que hicimos fue tomarnos un buen desayuno reparador en el centro comercial Zlote Tarasy, justo enfrente de la mole del Palacio de la Cultura y la Ciencia, edificio construido bajo la influencia soviética y durante mucho tiempo uno de los edificios más altos de toda Europa. Objeto de mucha controversia desde su creación, hoy día es uno de los símbolos de la ciudad.
La primera visita la hicimos al memorial de guerra ubicado en Umschlagplatatz (yendo en bus). Solemne y triste, es un recuerdo vivo de lo que supuso la invasión nazi en la ciudad y su destrucción casi total.


Desde allí nos fuimos a pie en un paseo de 30 minutos hasta la Ciudadela, ubicada al norte del centro histórico, a la orilla del río Vistula. Construida por el zar ruso en el siglo XIX, sirvió como prisión política o cuartel militar durante diversas épocas. La conocida puerta Brama Stracen fue el lugar elegido para la ejecución de multitud de prisioneros políticos durante la segunda guerra mundial. En este lugar se encuentran también varios museos interesantes como el Museo de la Independencia o el Museo del Ejército Polaco. Hoy día todo el complejo es un símbolo histórico de la ciudad.
Desde allí nos fuimos hacia el centro histórico en otro paseo de 25 minutos, siguiendo la orilla del enorme y caudaloso río Vístula, y entrando por la calle Freta, desde la cual se puede contemplar una parte de las murallas y alguna puerta de entrada. Como todo en esta ciudad, reconstruido totalmente tras la II guerra mundial.
La preciosa y coqueta Plaza principal (Rynek Starego Miasta), merece ser contemplada desde todos los ángulos por sus coloridas casas y sus animados bares y terrazas, así como sus tranquilas calles aledañas.
El Museo de Varsovia, la Catedral o el Palacio Slubow son otros puntos de interés recomendado, así como el renovado Castillo Real, que se puede observar desde la preciosa plaza Zamkowy, donde se encuentra la Columna de Segismundo.
Podría seguir enumerando puntos de interés de la ciudad, pues la ciudad dispone de multitud de museos, parques y palacios, pero la verdad es que no nos dio tiempo a mucho más. Las ganas y las fuerzas no eran las mismas del primer día y la noche en el autobús no fue muy descansada que digamos.
Y encima la lluvia hizo acto de presencia y terminó de dejarnos claro que nos debíamos recoger.
Tras la corta pero intensa visita a Varsovia, tomamos el bus al aeropuerto sobre las 18:00.
El vuelo de vuelta salía a las 21:25, con escala de 7 horas en Londres-Luton, por lo que tuvimos que hacer de nuevo campamento en un rinconcito del aeropuerto para mal dormir unas cuantas horas. Estas son las cosas que se hacen con menos años y no te importan, y más si vas un grupo tan grande, pero que a medida que viajas intentas evitar a toda costa, pues son una paliza que no merece la pena por unos euros de menos.
Tras echar el sueñecito, tomamos el avión a Madrid a eso de las 6:30, puntual de nuevo el low-cost, y sobre las 10:30 estábamos en Madrid sanos y salvos, con las pilas cargadas por la aventura vivida entre amigos y lo bien que lo hemos pasado a pesar de haber dormido poco y haber recorrido tantos países en tan poco tiempo.

